jueves, 3 de mayo de 2018

EDUARDO MENDOZA: LA VERDAD SOBRE EL CASO SAVOLTA (1975)

      


Argumento: El protagonista, Javier Miranda, es un chico vallisoletano, que viaja a Barcelona a principios del siglo XX, en busca de trabajo. Empieza en un despacho de abogados a cargo de Cortabanyes, y pronto conoce al que será su mentor, el empresario francés Paul André Lepprince. La obra narra los turbios sucesos que llevaron a cabo, sobre todo Lepprince, por las ansias de poder. También se trata el tema del amor, a través de la enigmática y fascinante María Coral, quien vuelve loco de amor a Lepprince. El texto finaliza con grandes revueltas de los trabajadores en Barcelona y con la muerte de Lepprince en extrañas circunstancias. Tras este suceso, Miranda emigra con su esposa a Nueva York.

La narración corresponde al relato del testimonio en un juicio celebrado diez años después, compuesto por las memorias del protagonista y los relatos de otros personajes secundarios, como Nemesio Cabra, sobre el caso de la empresa Savolta. Junto a esos relatos hay documentos judiciales y policiales. Los hechos se desarrollan mayoritariamente en Barcelona en 1918, una época en la cual hay una gran inseguridad pues la clase obrera se levanta en huelgas para reclamar lo que considera suyo, y la burguesía alta trata de calmar sus ánimos utilizando incluso la violencia de matones contratados a sueldo para amedrentar a los instigadores.Son frecuentes los flashbacks, lo cual da una perspectiva cinematográfica, constituyendo una novela puzzle. En la última parte, sin embargo, se da una narración clásica y lineal.       La obra presenta a su vez toda una variedad de géneros (pastiche, propaganda, texto histórico, etc.), así como un marcado sentido del humor. 

        
        TEXTO 1

       A decir verdad, la situación del país en aquel año de 1919 era la peor por la que habíamos atravesado jamás. La fábricas cerraban, el paro aumentaba y los inmigrantes procedentes de los campos abandonados fluían en negras oleadas a una ciudad que apenas podía dar de comer a sus hijos. Los que venían pululaban por las calles, hambrientos y fantasmagóricos, arrastrando sus pobres enseres, en exiguos hatillos los menos, con las manos en los bolsillos los más, pidiendo trabajo, asilo, comida, tabaco y limosna. Los niños enflaquecidos corrían semidesnudos, asaltando a los paseantes; las prostitutas de todas las edades eran un enjambre patético. Y, naturalmente, los sindicatos y las sociedades de resistencia habían vuelto a desencadenar una trágica marea de huelgas y atentados; los mítines se sucedían en cines, teatros, plazas y calles; las masas asaltaban las tahonas. Los confusos rumores que, procedentes de Europa, daban cuenta de los sucesos de Rusia encendían los ánimos y azuzaban la imaginación de los desheredados. En las paredes aparecían signos nuevos y el nombre de Lenin se repetía con frecuencia obsesiva.

     Pero los políticos, si estaban intranquilos, lo disimulaban. Inflando el globo de la demagogia intentaban atraerse a los desgraciados a su campo con promesas tanto más sangrantes cuanto más generosas. A falta de pan se derrochaban palabras y las pobres gentes, sin otra cosa que hacer, se alimentaban de vanas esperanzas. Y bajo aquel tablado de ambiciones, penoso y vocinglero, germinaba el odio y fermentaba la violencia.
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        TEXTO 2

       En la segunda mitad del siglo pasado –dijo el comisario Vázquez-, las ideas anarquistas que pululaban por Europa penetraron en España. Y prendieron como el fuego en la hojarasca; ya veremos por qué. Dos focos principales de contaminación son de mencionar: el campo andaluz y Barcelona. En el campo andaluz, las ideas fueron transmitidas de forma primitiva: pseudo-santones, más locos que cuerdos, recorrían la región, de cortijo en pueblo y de pueblo en cortijo, predicando las nefastas ideas. Los ignorantes campesinos les albergaban y les daban comida y vestido. Muchos quedaron embobados por la cháchara de aquellos mercachifles de falsa santidad. Era eso: una nueva religión. O, por mejor decir, y ya que somos gente instruida, una nueva superstición. En Barcelona, por el contrario, la prédica tomó un cariz político y abiertamente subversivo desde los inicios.

–Todo eso lo sabemos ya, comisario -interrumpió Lepprince.
–Es posible -dijo el comisario Vázquez-, pero para mi explicación conviene que partamos de una           base común y clara de conocimiento. Tosió, posó el cigarro en el borde del cenicero y se concentró de nuevo entornando los ojos.
–Ahora bien -prosiguió-, se impone establecer una distinción fundamental. A saber, que en Cataluña se da una clara mezcla que no debe inducirnos a error. Por una parte, tenemos al anarquista teórico, al fanático incluso, que obra por móviles subversivos de motivación evidente y que podríamos llamar autóctono. – Nos miró a través de los párpados entrecerrados, como preguntándonos y preguntándose si habíamos asimilado su contribución terminológica-. Son los famosos Paulino Pallás, Santiago Salvador, Ramón Sempau, Francisco Ferrer Guardia, entre otros, y actualmente, Ángel Pestaña, Salvador Seguí, Andrés Nin…, hasta el número que quieran imaginar.
»Luego están los otros, la masa…, ¿comprenden lo que quiero decir? La masa. La componen mayormente los inmigrantes de otras regiones, recién llegados. Ya saben cómo viene ahora esa gente: un buen día tiran sus aperos de labranza, se cuelgan del tope de un tren y se plantan en Barcelona. Vienen sin dinero, sin trabajo apalabrado, y no conocen a nadie. Son presa fácil de cualquier embaucador. A los pocos días se mueren de hambre, se sienten desilusionados. Creían que al llegar se les resolverían todos los problemas por arte de magia, y cuando comprenden que la realidad no es como ellos la soñaron inculpan a todo y a todos, menos a sí mismos. Ven a las personas que han logrado abrirse camino por su esfuerzo, y les parece aquello una injusticia dirigida expresamente contra ellos.”


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