Cuando salí hacia el frente en el
36 iban conmigo otros muchachos. Eran de Terrassa, como yo; muy jóvenes, casi
unos niños, igual que yo; a alguno lo conocía de vista o de hablar alguna vez
con él: a la mayoría no.
Eran los hermanos García Segués (Joan y Lela), Miquel Cardos,
Gabi Baldrich, Pipo Canal, el Gordo Odena, Santi Brugada, Jordi Gudayol. Hicimos
la guerra juntos; las dos: la nuestra y la otra, aunque las dos eran la misma.
Ninguno de ellos sobrevivió. Todos muertos. El último fue Lela García Segués.
Al principio yo me entendía mejor con su hermano Joan, que era justo de mi
edad, pero con el tiempo Lela se convirtió en mi mejor amigo, el mejor que he
tenido nunca: éramos tan amigos que ni siquiera necesitábamos hablar cuando
estábamos juntos. Murió en el verano del cuarenta y tres, en un pueblo cerca de
Trípoli, aplastado por un tanque inglés. ¿Sabe? Desde que terminó la guerra no
ha pasado un solo día sin que piense en ellos. Eran tan jóvenes... Murieron todos.
Todos muertos. Muertos. Muertos. Todos. Ninguno probó las cosas buenas de la
vida: ninguno tuvo una mujer para él solo, ninguno conoció la maravilla de
tener un hijo y de que su hijo, con tres o cuatro años, se metiera en su cama,
entre su mujer y él, un domingo por la mañana, en una habitación con mucho
sol... —En algún momento Miralles había empezado a llorar: su cara y su voz no
habían cambiado, pero unas lágrimas sin consuelo rodaban veloces por la lisura
de su cicatriz, más lentas por sus mejillas sucias de barba.— […] Nadie se
acuerda de ellos, ¿sabe? Nadie. Nadie se acuerda siquiera de por qué murieron,
de por qué no tuvieron mujer e hijos y una habitación con sol; nadie, y, menos
que nadie, la gente por la que pelearon. No hay ni va a haber nunca ninguna
calle miserable de ningún pueblo miserable de ninguna mierda de país que vaya a
llevar nunca el nombre de ninguno de ellos. ¿Lo entiende? Lo entiende, ¿verdad?
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Así que en 1929, de regreso en Madrid, Sánchez Mazas ya había tomado la decisión de consagrarse por entero a lograr que ese tiempo también volviera a España.
En cierto modo lo consiguió. Porque la guerra es por excelencia el tiempo de los héroes y los poetas, y en los años treinta poca gente empeñó tanta inteligencia, tanto esfuerzo y tanto talento como él en conseguir que en España estallara una guerra. A su vuelta al país, Sánchez Mazas entendió enseguida que para alcanzar su objetivo no sólo era preciso fundar un partido cortado por el mismo patrón del que había visto triunfar en Italia, sino también hallar un condotiero renacentista cuya figura, llegado el momento, catalizase simbólicamente todas las energías liberadas por el pánico que la descomposición de la Monarquía y el triunfo inevitable de la República iban a generar entre los sectores más tradicionales de la sociedad española. La primera empresa tardó todavía un tiempo en cuajar; no así la segunda, pues José Antonio Primo de Rivera vino a encarnar de inmediato la figura del caudillo providencial que Sánchez Mazas buscaba.
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Así que en 1929, de regreso en Madrid, Sánchez Mazas ya había tomado la decisión de consagrarse por entero a lograr que ese tiempo también volviera a España.
En cierto modo lo consiguió. Porque la guerra es por excelencia el tiempo de los héroes y los poetas, y en los años treinta poca gente empeñó tanta inteligencia, tanto esfuerzo y tanto talento como él en conseguir que en España estallara una guerra. A su vuelta al país, Sánchez Mazas entendió enseguida que para alcanzar su objetivo no sólo era preciso fundar un partido cortado por el mismo patrón del que había visto triunfar en Italia, sino también hallar un condotiero renacentista cuya figura, llegado el momento, catalizase simbólicamente todas las energías liberadas por el pánico que la descomposición de la Monarquía y el triunfo inevitable de la República iban a generar entre los sectores más tradicionales de la sociedad española. La primera empresa tardó todavía un tiempo en cuajar; no así la segunda, pues José Antonio Primo de Rivera vino a encarnar de inmediato la figura del caudillo providencial que Sánchez Mazas buscaba.
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Desde donde me hallaba se veía un
letrero con el nombre de la plaza: Place de la Libération. Inevitablemente
pensé en Miralles entrando en París por la Porte-de-Gentilly la noche del 24 de
agosto del 44, con las primeras tropas aliadas, a bordo de su tanque que se
llamaría Guadalajara o Zaragoza o Belchite. A mi lado, en la terraza, una
pareja muy joven se pasmaba ante las risas y los pucheros de un bebé rosado;
gente atareada e indiferente cruzaba frente a nosotros. Pensé: «No hay ni uno
solo que sepa de ese viejo medio tuerto y terminal que fuma cigarrillos a
escondidas y ahora mismo está comiendo sin sal a unos pocos kilómetros de aquí,
pero no hay ni uno solo que no esté en deuda con él». Pensé: «Nadie se acordará
de él cuando esté muerto». Volví a ver a Miralles caminando con la bandera de
la Francia libre por la arena infinita y ardiente de Libia, caminando hacia el
oasis de Murzuch mientras la gente caminaba por esta plaza de Francia y por
todas las plazas de Europa atendiendo a sus negocios, sin saber que su destino
y el destino de la civilización de la que ellos habían abdicado pendía de que
Miralles siguiera caminando hacia delante, siempre hacia delante.
a)
Tema y resumen.
b)
Estructura externa e interna.
c)
Comentario.
d)
Sustituye las siguientes palabras por sinónimos:
Letrero (línea 1):
Se pasmaba (línea 4):
Atareada (línea 5):
Cruzaba (línea 5):
Pendía (línea 12):
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