martes, 8 de mayo de 2018

LA NOVELA HISPANOAMERICANA EN EL S. XX



1. Trayectoria de la novela hispanoamericana en el siglo XX

            Comencemos por señalar las notables diferencias que se observan entre el desarrollo de la narrativa y el de la poesía. Ante todo, y durante los primeros lustros del siglo, el cultivo de la novela es infinitamente menor que el de la lírica. Pero además, la evolución de aquélla presenta un evidente retraso con respecto al
de ésta: cuando ya el Modernismo había renovado profundamente la expresión poética, la narrativa seguía –y habría de seguir largo tiempo- por cauces heredados del siglo XIX. Pero, si bien tarda en llegar la renovación de la novela, cuando ésta se produzca revestirá tal fuerza creadora, tal esplendor, que llegará a situarse en la primera línea de la narrativa mundial. De acuerdo con ello, cabe distinguir –con ciertas salvedades- las tres etapas siguientes:

            1ª.- La novela realista, absolutamente dominante hasta aproximadamente 1940 ó 1945.
           2ª.- Los comienzos de la renovación narrativa, con frutos cada vez más logrados, entre 1945 y 1960.
           
3ª.- La consolidación y el espléndido desarrollo de la nueva narrativa, a partir de 1960, sobre todo.

2. La pervivencia del realismo. La naturaleza, los temas sociales y la novela indigenista.
           
            El realismo narrativo de los primeros decenios del siglo puede presentar, en ocasiones, pinceladas de tipo naturalista y, a la vez, es compatible con resabios de lenguaje romántico en el tono poemático de muchas páginas. Se trata, pues, de un realismo bastante particular. Pero sus particularidades más notorias le vienen de los ingredientes temáticos. En efecto, el denominador común de los contenidos argumentales sería la presentación de la peculiaridad americana. De acuerdo con ello, hay que distinguir las áreas temáticas siguientes:

            - La naturaleza. Una naturaleza de proporciones grandiosas y de gran diversidad, inexplorada en buena parte y cuyas fuerzas telúricas encuadran o condicionan la aventura humana. Es la cordillera, la pampa, el altiplano,, la selva amazónica… La atención a las peculiaridades de cada zona hace que se hable con frecuencia de una “novela regionalista”.

            - Los problemas políticos. Resulta proverbial la inestabilidad política de aquellos países, la incesante sucesión de “revoluciones” (que, a menudo, son contrarrevoluciones), la frecuente presencia de dictadores que emanan de la oligarquía dominante, etc. En estas tensiones halla la novela hispanoamericana un importante filón. En el período que nos ocupa, destacan las novelas de la revolución mejicana. La iniciadora es Los de abajo (1916) de Mariano Azuela, testigo excepcional de los acontecimientos; pero las obras maestras de este ciclo son El águila y la serpiente (1928) y La sombra del caudillo (1929) de Martín Luis Guzmán.

            - Los problemas sociales, subyacentes a las citadas tensiones políticas. La novela reflejará las desigualdades de la pirámide social: en su cumbre, la oligarquía aliada a los intereses de las grandes potencias extranjeras que explotan las inmensas riquezas naturales; en la base, las peonadas de las grandes haciendas, los obreros de las omnipotentes compañías bananeras, etc., masas paupérrimas e ignorantes (indios, mestizos). La novela realista es, sobre todo, una protesta ante estas desigualdades. No pocos títulos se proponen, más concretamente, denunciar la oprimida condición del indio: se habla, así, de una novela indigenista.

            De entre las numerosas novelas que surgen dentro de la línea realista sobresalen tres títulos fundamentales: Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes y La vorágine de José Eustasio Rivera.

-          Rómulo Gallegos (venezolano, 1884-1969) es uno de los grandes maestros de la novela hispanoamericana, y Doña Bárbara (1929) es su obra maestra. En la protagonista que da título al libro se encierra el símbolo de la barbarie. Y, en torno a ella, el autor traza un amplio fresco de la vida dura de los venezolanos, en el marco de una naturaleza grandiosa y despiadada. Otras obras importantes son: Canaima (se desarrolla en la selva del Orinoco) y Sobre la misma tierra (novela del petróleo).
-          Ricardo Güiraldes (argentino, 1886-1927) nos ha dado con Don Segundo Sombra (1926) la novela de la Pampa y del gaucho. La obra interesa, de un lado, por la grandeza humana del protagonista; pero, sobre todo, por la abundancia y fidelidad con que se nos presenta la vida de los “reseros”, en una sucesión de estampas inolvidables.
-          José Eustasio Rivera (colombiano, 1888-1928) debe su fama a La vorágine (1924). Las peripecias del protagonista, un poeta, no son más que el hilo con que se hilvanan cuadros de costumbres, testimonios sociales y, sobre todo, magistrales descripciones. Es la novela de la selva amazónica, hermosa, terrible, que se traga a los hombres.

Añadamos unas notas sobre la novela indigenista. Esta tendencia, inserta en la línea de preocupaciones sociales, resulta además sumamente reveladora de esa búsqueda de lo autóctono, de lo peculiar, que está en la base de la novela realista hispanoamericana. La novela del indio tiene antecedentes ya en el siglo anterior (Aves sin nido, 1889, de la peruana Clorinda Matto de Turner). Pero, ya dentro de nuestro siglo, la primera obra importante de esta corriente es Raza de bronce (1919) del boliviano Alcides Arguedas, visión entre sentimental y dramática de los indios explotados cruelmente por los terratenientes. No pocas son las novelas que siguen por este camino. Huasipungo (1934), des ecuatoriano Jorge Icaza, se hizo especialmente famosa, más que por su interés artístico, por la violencia con que presenta la dramática condición de los indios. Temática semejante nos presenta una gran novela, El mundo es ancho y ajeno (1941), del peruano Ciro Alegría (1909-1967): se trata, una vez más, de los indios despojados de sus tierras por un hacendado a quien apoya el gobierno. Pero, junto al propósito de denuncia, hay en la obra una evidente preocupación artística y constructiva, reveladora de una depuración del realismo. Es, sin duda, una de las grandes novelas hispanoamericanas. El tema del indio seguirá presente en novelistas posteriores, pero con enfoques más complejos que desbordan ya la estética realista: tal será el caso de José María Arguedas, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, etc.

3. La superación del realismo. El “realismo mágico” y “lo real maravilloso”

            A partir de 1940 comienza a observarse un cansancio de la novela realista. No es que desaparezcan los temas cultivados hasta entonces, pero se pasará a tratarlos con procedimientos distintos. Y aparecerán también nuevos temas. Precisemos algunos aspectos de esta renovación:

            - Entre los temas nuevos, aparecerá el interés por el mundo urbano (frente al predominio de lo rural en la novela anterior); se dará cabida a los más variados problemas humanos o existenciales.
           
            - Junto a las realidades inmediatas, irrumpe la imaginación, lo fantástico. Ya Borges se había adelantado, hablando en los años 30 de “realismo fantástico”. Pronto se hablará de realismo mágico o de lo real maravilloso. Esta última denominación se debe a Alejo Carpentier, para quien el realismo puro es incapaz de recoger la asombrosa e insólita realidad del mundo americano. El hecho es que, a partir de este momento, realidad y fantasía se presentarán íntimamente enlazadas en la novela: unas veces, por la presencia de lo mítico, de lo legendario, de lo mágico; otras, por el tratamiento alegórico o poético de la acción, de los personajes o de los ambientes.

            - En el terreno de la estética, se apreciará un mayor cuidado constructivo y estilístico. Los autores atenderán a las innovaciones formales aportadas por los grandes novelistas europeos y norteamericanos (Kafka, Joyce, Faulkner…). Por otra parte, se asimilan elementos irracionales y oníricos procedentes del Surrealismo, que se adaptan perfectamente a la expresión de lo mágico o lo maravilloso.

            Estos rasgos, iniciados en los años 40, se prolongarán durante los decenios siguientes en la obra de nuevos novelistas. Pero debemos destacar ahora a cuatro figuras que, cada una a su modo, se yerguen como auténticos pioneros en la renovación narrativa: nos referimos a Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Juan Rulfo y Borges.

            - Miguel Ángel Asturias (guatemalteco, 1899-1974), tras unos comienzos como poeta, se había dado a conocer como narrador con Leyendas de Guatemala (1930), relatos precursores del gusto por lo mágico y lo legendario. En cuanto a sus novelas, apenas se distinguen por su temática de la narrativa anterior: sus innovaciones formales, en cambio, son considerables. En El Señor Presidente (1946) desarrolla el tema ya conocido de la dictadura, pero con una técnica expresionista y hasta onírica que debe mucho a las vanguardias europeas (el autor había residido en París), sin olvidar la influencia de la novela “esperpéntica” de Valle-Inclán. La imaginación descriptiva de Asturias es desbordante; su estilo, abundante, barroco, se halla plagado de imágenes, de símbolos, de efector musicales… Entre sus obras, además de las citadas, destaca su trilogía sobre la explotación bananera por compañías yanquis: Viento fuerte (1950), El Papa Verde (1954) y Los ojos de los enterrados (1960). En 1967 se le concedió el Premio Nobel.
           
            - Alejo Carpentier (cubano, 1904-1980) es, ante todo, uno de los máximos maestros de la prosa castellana, por la riqueza y perfección de su estilo. Pero además, su trayectoria lo acredita como un creador lúcido y exigente, que no ha dejado de avanzar por las vías de la renovación novelística. En su producción destacan dos novelas: Los pasos perdidos (1953), que cuenta la huida de una civilización vacía hacia la autenticidad del mundo primitivo, con una subyugadora visión de la selva venezolana; y El siglo de las luces (1962), que encierra una compleja y profunda reflexión sobre la revolución. Lo real y lo maravilloso se entrelazan en estas obras.

            - Juan Rulfo (mejicano, 1918-1986) es un caso excepcional: su obra es muy breve pero de insuperable densidad. Gracias a ello, sus dos obras publicadas le confieren uno de los más altos puestos en la literatura hispanoamericana. El llano en llamas (1953) es un libro de cuentos, escritos en los diez años anteriores, y cada uno de ellos es una pieza maestra del género. Por su temática, componen una alucinante visión del mundo rural mejicano, habitado por la miseria y recorrido por la violencia. Pero su tratamiento técnico dista ya mucho del realismo convencional. Con todo, la novedad artística de Rulfo alcanza su cima con Pedro Páramo (1955), novela asombrosa, dentro de su brevedad. Nos lleva a un pueblo muerto, habitado por fantasmas que evocan un pasado doloroso, dominado por el implacable cacique que da título a la obra. La vida y la muerte, lo real y lo sobrenatural, lo existencial y lo social, se entretejen en un cuadro impresionante. Pedro Páramo es, sin discusión, un título cimero en la narrativa hispanoamericana. Y la influencia de Rulfo ha sido decisiva en los nuevos novelistas de aquellas latitudes.

            - Jorge Luis Borges (argentino, 1899-1986), comienza su producción con el cultivo de la poesía y el ensayo. Sin embargo, algunos de sus ensayos presentan un sutil aire de fábula, al igual que muchos de sus cuentos ofrecen cierto aire de ensayo. El paso de un género a otro se produce en 1935, con Historia universal de la infamia, conjunto de relatos sobre personajes reales, pero entre los que se encuentra ya una invención plenamente original, el cuento titulado Hombre de la esquina rosada. En 1938, durante una convalecencia tras un accidente, compone su primer cuento fantástico, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, que publicará con otros en el volumen titulado El jardín de senderos que se bifurcan (1941). En 1944, publica Ficciones, libro que contiene al anterior y añade nueve cuentos más. En 1949 aparece El Aleph (con diecisiete cuentos). Estos dos libros son, sin duda, los que le han dado más fama. Les han seguido otros: El Hacedor (1960), que incluye también poemas, El informe de Brodie (1970), El libro de arena (1975), Borges Rosa y Azul (1977, dos cuentos).
            Los cuentos de Borges se caracterizan, ante todo, y salvo excepciones, porque nos ponen en contacto con lo excepcional, con lo insólito. No es, sin embargo, un simple autor de “cuentos fantásticos”, aunque muchos de ellos puedan ampararse bajo tal etiqueta. Su verdadero objetivo es proponernos sutiles juegos mentales, invitarnos a complejos ejercicios de imaginación y ponernos ante abismales problemas metafísicos. Frecuentemente, todo ello consigue producir en el lector un auténtico vértigo intelectual.
            Entre sus temas predilectos destacan: la identidad humana, el destino del hombre, el tiempo, la eternidad y el infinito, el mundo como laberinto y la muerte.


4. La nueva novela hispanoamericana

            En 1962 se publicaba en España La ciudad y los perros del peruano Vargas Llosa. En 1967 llegaba Cien años de soledad del colombiano García Márquez. Por esas fechas, aparecen asimismo novelas como Sobre héroes y tumbas de Sábato, El astillero, de Onetti,  El siglo de las luces de Carpentier, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, Rayuela de Cortázar, Paradiso de Lezama Lima, etc. Para los lectores españoles (y, en general, europeos), desatentos a la novela hispanoamericana hasta entonces, obras como éstas produjeron el mayor asombro. Inmediatamente se “descubrió” y se devoró con avidez la obra de los autores citados y de otros ya mencionados o que habremos de mencionar. Era el llamado “boom” de la novela hispanoamericana. Se imponía la existencia de una gran narrativa. Y tal ha sido, sin duda, uno de los grandes acontecimientos de nuestro tiempo.

            En realidad, los nuevos novelistas hispanoamericanos continuaban en la línea de innovaciones señaladas en el apartado anterior, de tal modo que la frontera entre alguno de aquellos autores y éstos puede parecer arbitraria (aunque se basa en datos cronológicos). En cualquier caso, es evidente que los nuevos novelistas llevan tales innovaciones a sus últimas consecuencias, a la par que enriquecen aún la novela con nuevos recursos. Veámoslo.

-          Se confirma la ampliación temática y, en especial, se incrementa la preferencia por la “novela urbana” (Cortázar, Fuentes, etc.). Cuando aparezca el ambiente rural (por ejemplo, García Márquez) recibirá un tratamiento muy nuevo.
-          La integración de lo fantástico y lo real se consolida. El “realismo mágico” es, en efecto, uno de los rasgos principales de los nuevos novelistas (en especial, Cortázar, García Márquez…).
-          Pero es en el terreno de las formas en donde se observa una mayor ampliación artística. La estructura del relato es objeto de una profunda experimentación.

Por debajo de todo ello –y como en la España de los mismos años- late el convencimiento de la insuficiencia práctica y estética del realismo. Pero esta ruptura con la técnica realista no supone exactamente un alejamiento de la realidad, sino una voluntad de abordarla desde ángulos más ricos, más reveladores y más válidos estéticamente. Esta evidente preocupación estética tampoco supone que el escritor abdique de propósitos testimoniales o de denuncia; al contrario: novelistas como los que citamos suelen proclamar ideas sociales y políticas muy avanzadas. Pero, como ha dicho Julio Cortázar, “el primer deber del escritor revolucionario es ser revolucionario como escritor”; es decir, romper con los moldes expresivos heredados de otras épocas y proponer un arte nuevo, más acorde con las profundas mutaciones de nuestro tiempo.

Estamos, en suma, ante un “arte nuevo” que ocupa ya un lugar preminente en la novela mundial.
- Gabriel García Márquez (lo estudiamos en otra entrada).

- Ernesto Sábato (argentino, 1911) comenzó siendo un científico puro, antes de abandonar su brillante porvenir para dedicarse a la literatura. Sólo tres novelas, muy espaciadas cronológicamente, le han conferido un puesto singular. Sábato pasa por ser un “novelista intelectual”, tanto por el rigor de construcción de sus obras como por la densidad de problemas que suscitan. Sus obras incluyen, asimismo, elementos que se dirían más propios del ensayo, pero perfectamente integrados en el relato. El túnel (1948) es una novela breve de amor y de locura, que arranca y desemboca en un crimen, pero que pone al descubierto el problema de la incomunicación y de la angustia vital. Sobre héroes y tumbas (1961), larga y compleja, constituye una impresionante y apocalíptica visión de nuestro mundo. Por último, Abaddón el exterminador (1974), en la línea de la anterior, alcanza una máxima complejidad, al fundir autobiografía y ficción, realidad y pesadilla, narración y reflexiones de tipo ensayístico.

- Julio Cortázar (argentino, 1914-1984) se reveló como un inteligentísimo cultivador del cuento fantástico, en una línea que arrancaba de Borges, con Bestiario (1951). En éste y en otros libros de cuentos (Las armas secretas, 1959; Todos los fuegos, el fuego, 1966; etc.), lo fantástico surge dentro de la vida cotidiana. Por otra parte, su novela Rayuela (1963) fue una auténtica conmoción por su complejidad estilística y por su singular composición que permite al lector varios modos de seguir la lectura y de “recrear” así, en cierto modo, la novela. Las ulteriores experiencias de Cortázar han sido muy variadas aún más audaces; por debajo de ella se trasluce una atención por los problemas de nuestro tiempo, desde una posición ideológica tan revolucionaria como su posición estética. He aquí algunos títulos: 62: modelo para armar, La vuelta al día en ochenta mundos, Libro de Manuel… La variedad de materiales que integran tales libros, en audaces collages, nos lleva ya a las fronteras de la novela o nos sitúan claramente fuera del género, en un terreno nuevo, conquistado a solas por el autor.

- Carlos Fuentes (mejicano, 1928), escritor de una amplia y sólida formación intelectual, ha manejado con absoluto virtuosismo las más variadas técnicas. A la vez, es un crítico implacable de la burguesía. La región más transparente (1958) se adscribe a la novela urbana y es una compleja visión de la ciudad de Méjico. En La muerte de Artemio Cruz (1962) se reconstruye la vida de un hombre poderoso que está agonizando; para ello, el autor procede a reiterados saltos en el tiempo, a la combinación de puntos de vista y de diversas técnicas (por ejemplo, alternan los capítulos contados desde un yo, un y un él). Y con la vida del protagonista, se reconstruye también toda una etapa de la historia de Méjico.. Otras de sus novelas: Cantar de ciegos, Zona sagrada, Cambio de piel, etc.



- Mario Vargas Llosa (peruano, 1936) alcanzó ya la más alta consideración de la crítica con su primera novela, La ciudad y los perros (1962). En un ambiente cerrado y opresivo –un colegio militar en Lima-, parece compendiar el autor toda la corrupción y la violencia del mundo actual. La complejidad técnica de la obra (superposición de acciones, personajes y tiempos; monólogos interiores, etc.) no disminuye la intensa impresión de realidad. Por este doble camino de realidades brutales y experimentación formal ha seguido el autor. La casa verde (1966) es aún más compleja; la acción gira ahora en torno a un prostíbulo, las líneas argumentales se entremezclan audazmente y la lengua se hace más densa y rica. Conversación en La Catedral (1969) es una larguísima novela; en “La Catedral”, un bar modesto de Lima, dos personas hablan de sus vidas fracasadas y así se va evocando –con suma libertad técnica-  todo un mundo, el de la patria y época del autor. Otras grandes obras: Pantaleón y las visitadoras (1973), La guerra del fin del mundo (1981), La fiesta del Chivo (2000).

Junto a estos autores, citaremos al menos a algunos otros magníficos novelistas: Juan Carlos Onetti (uruguayo), José Lezama Lima (cubano), Juan José Arreola (mejicano), José Donoso (chileno), Guillermo Cabrera Infante (cubano)… Y habría que añadir los nombres de Roa Bastos, Otero Silva, Mario Benedetti, Salvador Garmendia, Jorge Edwards, Severo Sarduy, etc. La lista sería interminable. Y, sin embargo, insistimos: se trata de figuras de primera línea.

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