miércoles, 2 de mayo de 2018

Para saber más...sobre la narrativa posterior a 1975.



La narrativa española a partir de 1975

Marco histórico y sociocultural

En noviembre de 1975, muere Francisco Franco después de casi cuarenta años de ejercicio dictatorial del poder. El sucesor por él designado, el rey Juan Carlos I, conducirá a España hacia la democracia frustrando
de esa manera las expectativas de los franquistas, que pretendían una prolongación del Régimen, y de los sectores más radicales de la oposición, que no veían con desagrado la sustitución de una dictadura de un signo por otra de signo contrario. Así las cosas, los políticos de la época llevaron a cabo la Transición dentro de los sensatos cauces del posibilismo, atendiendo más a la construcción de un futuro en el que cupieran todos los españoles que al recuerdo de un pasado que los desunía. El hecho produjo un cierto desencanto político, pero, a cambio, al estrenar la tan ansiada libertad hubo un estallido cultural de vitalidad juvenil y hedonista que cristalizó, por ejemplo, en la llamada movida, cuya mejor expresiónartística es el primer cine de Pedro Almodóvar.
Con el advenimiento de la democracia desaparece la censura. Los dos pilares ideológicos del nacional-catolicismo se hunden: la Iglesia va poco a poco perdiendo su influencia pública y el nacionalismo centralista es sustituido por un Estado casi federal donde los nacionalismos son ahora periféricos y donde el resto de las culturas hispánicas adquieren mayor peso. La entrada en la Unión Europea y en la OTAN reubica a España entre los países de Occidente y los flujos culturales con el extranjero son cada vez más dinámicos. La situación económica es dura y con ella aparecen problemas sociales nuevos como la generalización de la droga, que, por otra parte, fermenta en movimientos culturales alternativos que también contaminarán la literatura de esta época; pero, paso a paso, el país va ganando mayores cotas de bienestar. A partir de la ley de 1970, la educación se extiende a cada vez más miembros de las nuevas generaciones de españoles, con lo que la demanda de productos culturales crece. La industria cultural, por lo tanto, se desarrolla y los índices de lectura y publicaciones suben. También la política cultural adquiere consistencia: se crea el PremioCervantes, se conceden ayudas a la creación artística, se abren nuevos museos, etc. En definitiva, hay en esta época una especie de eclosión cultural que, en lo que respecta a la literatura, se puso en valor con la concesión de dos premios Nobel a autores españoles: Vicente Aleixandre en 1977 y Camilo José Cela en 1989.

A la literatura de este periodo se la suele calificar de “posmoderna”. La posmodernidad vendría a ser la asunción del fracaso de la época “moderna”, de una civilización que confiaba en alcanzar, mediante la razón, el progreso y la innovación, la emancipación del hombre. Constatado ese fracaso a finales del siglo XX, el arte se hace “posmoderno” y se caracteriza por los siguientes rasgos:
a) El individualismo hedonista. El individuo, y no las colectividades, ocupa el centro de interés. Su felicidad será el norte que señale la brújula ética a partir de este momento.
b) Desinterés por lo político (más acentuado todavía con el derrumbe de los países de la órbita soviética, dado que no aparece en el horizonte una alternativa creíble al capitalismo).
c) Desaparición del espíritu vanguardista porque ya no hay tradición a la que “escandalizar” como en la época de las vanguardias.
d) Eclecticismo: la libertad creadora es total. No existen modelos impuestos y el artista combina los ingredientes de su arte a voluntad.
e) Crisis de los referentes ideológicos (el marxismo y el catolicismo, por ejemplo, han desaparecido prácticamente del horizonte intelectual de los novelistas españoles más recientes).



La novela española a partir del 75: características generales

El descrito más arriba es el marco histórico y cultural en el que se va a desarrollar la narrativa española a partir de 1975, pero para entenderla hay que relacionarla también con la producción novelística anterior. En términos generales, podemos decir que la novela española de la Transición supone una reacción contra la novelística precedente. En 1962 se publica Tiempo de Silencio, de Luis Martín Santos. Esta obra acaba con el modelo de narrativa social vigente en los años anteriores. El relato se hace más complejo, con una enorme variedad de técnicas narrativas. El estilo es más rico, con un vocabulario abundantísimo, lleno de neologismos y palabras extranjeras, y las referencias a la literatura o al arte del pasado son constantes. En la estela de Martín Santos, los planteamientos innovadores en la técnica narrativa y la originalidad formal caracterizan a muchos de los más importantes títulos de los sesenta. Pero en alguno de ellos la trama, el contar una historia intrigante, no se considera un valor al que haya que conceder excesiva importancia.
A fines de los años sesenta y durante la década siguiente, comenzaron a publicarse en España obras muy notables de los principales autores hispanoamericanos contemporáneos: Rulfo, García Márquez, Vargas Llosa o Carlos Fuentes, entre otros. Sus novelas se convirtieron en un ejemplo para los autores más jóvenes. Gracias a ellos, descubrieron que se podía conjugar calidad y popularidad. A partir de los años 70, los novelistas españoles reaccionan contra los excesos del experimentalismo de la generación anterior y, sin abandonar las conquistas técnicas de la novela del siglo XX, recuperan muchos de los elementos característicos de la narrativa decimonónica. Se volverá a contar una historia, en ocasiones con una trama complicada; se buscará el interés de lo anecdótico, intentando mantener a toda costa la intriga y muchas veces se utilizarán técnicas narrativas cinematográficas para evitar el aburrimiento del lector. Se busca, en definitiva, que la calidad literaria y el interés de los asuntos tratados no disminuyan la amenidad del relato.
Como no podía ser de otra forma, la novela española de estos años es, en términos generales, el reflejo de una sociedad democrática, europea y contemporánea. Al contrario de lo que ocurría durante la Dictadura, los novelistas no comparten una causa política colectiva. No pretenden crear una sociedad nueva. Sus obras, más bien, rehúyen los problemas más polémicos del presente y se centran en asuntos más privados e individuales.

Promociones
Durante estos años siguen publicando autores de la generación de la inmediata posguerra (Camilo José Cela, Miguel Delibes, Gonzalo Torrente Ballester) o del medio siglo (Juan Goytisolo, Juan Marsé), pero nosotros nos vamos a centrar en aquellos que empiezan a publicar durante estos años. Sin que ello signifique considerarlos pertenecientes a generaciones distintas y bien determinadas, podemos agrupar a los prosistas de estos últimos treinta años en tres promociones diferentes. Es importante destacar que esta clasificación no implica tampoco una separación generacional de tendencias artísticas que, más bien, son transversales a todos ellos. Sea como sea, y con criterios puramente biográficos, podemos distinguir, como decíamos, tres promociones:
a) La de los novelistas nacidos entre finales de los años treinta y finales de los cuarenta. Vivieron plenamente los acontecimientos del 68 y escriben sus primeros libros durante las postrimerías del franquismo o ya bajo el nuevo régimen democrático. Son coetáneos -algunos de ellos, hasta miembros- de los “novísimos”, poetas que renovaron la poesía española de la época. Sin querer agotar la nómina, podemos citar a Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), Alvaro Pombo (1939), Eduardo Mendoza (1943), Juan José Millás (1946), Luis Mateo Díez (1942), José María Guelbenzu (1944), Soledad Puértolas (1947), José María Merino (1941), Enrique Vila
Matas (1948), Cristina Fernández Cubas (1945), Julián Ríos (1941) o Félix de Azúa (1944).
b) Segunda promoción: nacidos a partir de 1950 y hasta mediados de los años 60. Tienen alrededor de 25 años cuando muere Franco. Apenas participaron en las luchas contra la dictadura. La influencia en ellos de la literatura extranjera, ya sea mediante traducciones o leída en su lengua original, es mucho mayor que la de las generaciones anteriores. Destacan:
Javier Marías (1951), Antonio Muñoz Molina (1956), Julio Llamazares (1955), Rosa Montero (1951), Jesús Ferrero (1952) Ignacio Martínez de Pisón (1960), Almudena Grandes (1960), Javier Cercas (1962), Arturo Pérez Reverte (1951), Miguel Sánchez Ostiz (1950) o Rafael Chirbes (1949).
c) Tercera promoción: nacidos a partir de los años sesenta. Son autores que crecen ya en una España democrática y, por lo tanto, sus experiencias vitales difieren bastante de las de la primera promoción. Empiezan a publicar en los años noventa y conforman el grupo más joven de los autores en activo. Entre ellos cuentan: Juan Manuel de Prada (1970), Ray Loriga (1967),
José Ángel Mañas (1971), Belén Gopegui (1963), Félix Romeo (1968), Juan Bonilla (1966), Lucía Etxeberría (1966), David Trueba (1969) o Luisa Castro (1966).


Tendencias
Es difícil, dada la cercanía temporal de este periodo, delimitar corrientes y establecer rangos entre los autores citados, más todavía en un ambiente cultural tan ecléctico como es el de estos años. A lo más que llega la crítica es a señalar una serie de tendencias representativas de la novela de la época. Conviene avisar de nuevo de que, como toda clasificación, también ésta adolece de simplificaciones empobrecedoras y exclusiones intolerables. No sirve tampoco para situar la obra de un autor en concreto, sino que pretende esbozar líneas, en su mayoría temáticas, que dibujen un croquis por el que orientarse en la ingente producción narrativa de estos últimos años en España. En concreto, podemos hablar de nueve tendencias en la narrativa española más contemporánea, de las que destacamos a continuación las cinco más importantes:

1. Novela negra
En 1970, con Yo maté a Kennedy,comienza Manuel Vázquez Montalbán una serie de novelas policíacas protagonizadas por un detective aficionado a la gastronomía que se llama Pepe Carvalho. Significará una ruptura en ese popular género y la aplicación de las técnicas y rasgos de estilo propios de la narrativa más exigente a unas novelas tradicionalmente menospreciadas. El ejemplo lo seguirán autores como Eduardo Mendoza (El laberinto de las aceitunas, El misterio de la cripta embrujada), Juan José Millás (Visión del ahogado) o Soledad Puértolas (Queda la noche), que utilizan el esquema de la investigación policiaca para sus intereses narrativos, y otros como Juan Madrid o Jorge Martínez Reverte, que se encasillan en el género. Hasta tal punto tienen éxito las propuestas estéticas de Vázquez Montalbán y de Eduardo Mendoza que algún crítico, como Santos Sanz Villanueva, ha podido señalar que ese recurso constructivo de una intriga montada sobre un hecho criminal se convierte en signo de identidad de muchas de las novelas publicadas en los años de la transición, es decir los que van desde los últimos momentos de Franco hasta el afianzamiento del nuevo régimen democrático.

2. Novela realista
Como hemos dicho antes, hay en estos años una recuperación del gusto por contar una historia. En muchos de los casos esa narratividad adquiere una expresión realista. Es un realismo que tiene muchos matices, según el talante y los intereses del autor. Luis Mateo Díez, por ejemplo, es el iniciador con novelas como La fuente de la edad de una corriente que refleja la vida de la provincia, sin que eso signifique que su lectura no sea de validez universal. En esa línea ha profundizado Julio Llamazares, que en La lluvia amarilla o Escenas de cine mudo ofrece unos relatos elegíacos y llenos de lirismo sobre el abandono de la vida rural.
El realismo puede caer en el costumbrismo, como pasa con las novelas de los narradores jóvenes que retratan el mundo juvenil (Ray Loriga o José Ángel Mañas, por ejemplo, y su exitosa Historias del Kronen). Y puede, a veces, recuperar su mejor tradición cervantina, como ocurre en una de las mejoras obras del periodo: Juegos de la edad tardía, de Luis Landero.

3. Novela histórica
El extraordinario éxito que tuvo una obra como El nombre de la rosa, del semiólogo italiano Umberto Eco, así como el deseo de escapar de una realidad por momentos difícil, favoreció el cultivo durante estos años de la novela histórica. No hay periodo de la historia de España que no sea recreado por nuestros novelistas: la Edad Media (como Urraca, de Lourdes Ortiz), la conquista de América (La orilla oscura, de José María Merino), la España del Siglo de Oro (en todo el ciclo de novelas protagonizadas por el capitán Alatriste y escritas por uno de los autores de más éxito comercial del periodo: Arturo Pérez Reverte) o el tránsito del siglo XIX al XX (en la que probablemente sea la mejor novela de Eduardo Mendoza: La ciudad de los prodigios).
Mención aparte merece el tema de la Guerra Civil o la inmediata posguerra, que sigue inspirando durante este periodo numerosas obras: Luna de lobos(sobre el maquis leonés, escrita por Julio Llamazares), Beatus Ille(de Muñoz Molina), Soldados de Salamina(Javier Cercas) o las más recientes El corazón helado(Almudena Grandes) y Enterrar a los muertos(Ignacio Martínez de Pisón). Son obras de muy diferente factura, pero que, conforme va avanzando la época, plantean cada vez más abiertamente una reivindicación del bando perdedor y una puesta en causa de la Transición, entendida ésta como un voluntario e injusto olvido de los atropellos cometidos por el ejército vencedor y del escamoteo del reconocimiento debido a los republicanos.

4. Intimismo
Una de las corrientes más representativas de la novela de estos años es el cultivo de una narrativa intimista, alejada de problemáticas colectivas, que representaría, con mayor pureza que otras, eso que se ha venido en llamar “novela posmoderna”. Son obras protagonizadas por individuos colocados en una situación difícil, con una psicología lo suficientemente atormentada como para justificar que el relato se centre en su intimidad. Es el caso, por ejemplo, de Juan José Millas, que en novelas como El desorden de tu nombre o La soledadera esto lleva a cabo una reflexión sobre la soledad y la identidad del individuo en las sociedades contemporáneas. De expresión más desgarrada, pero también con una concepción problemática de la intimidad amenazada por el ambiente son las novelas del navarro Miguel Sánchez Ostiz (Las pirañas, Un infierno en el jardín). En la misma línea que estos dos autores podríamos citar a Félix de Azúa, José María Guelbenzu, Adelaida García Morales o Jesús Ferrero.
En línea aparte, por la repercusión internacional de sus novelas y por la calidad de su obra, debe ser mencionado Javier Marías. Corazón tan blanco yMañana en la batalla piensa en mí son dos obras mayores del periodo. Sus novelas poseen siempre una estructura original, más basada en las obsesiones del narrador que en el seguimiento de una historia. La culpa, la verdad, la responsabilidad son temas de su agrado, expresados siempre a través de protagonistas problemáticos, obsesivos y, en la mayoría de los casos, residentes fuera de España. Una fina capacidad de observación y un estilo cada vez más cuidado y personal completan esta pequeña descripción de su quehacer. En sus últimas obras (Negra espalda del tiempo, la trilogía Tu rostro mañana) Marías ha evolucionado hacia una arriesgada concepción de la novela, basada, más que en la existencia de una historia, en la acumulación de digresiones.

5. Culturalismo y metaliteratura
La propia creación literaria o la indagación “semiensayística” sobre temas, motivos y figuras de la literatura ha ocupado durante estos años muchas páginas. A veces se recrea toda una época y se hace una especie de “novela de la historia de la literatura”, como ha hecho Juan Manuel de Prada sobre el ambiente literario español de principios de siglo XX en Las máscaras del héroe. En otras ocasiones, se inventa un personaje escritor, recuperación del cuento.
Durante esta última época hemos asistido a la recuperación del cuento. La narrativa breve había quedado un poco abandonada en la literatura española de posguerra, pero con el estímulo que a partir de los años sesenta supone la publicación en España de los grandes maestros del cuento hispanoamericano (Borges, Cortázar, Rulfo, Monterroso), el relato breve es asiduamente cultivado por los narradores más jóvenes. Muchos de ellos se presentan en sociedad con un primer libro de cuentos (Ignacio Martínez de Pisón y Alguien te observa en secreto o Juan Manuel de Prada y El silencio del patinador) y otros dan lo mejor de sí en la distancia corta, que siguen cultivando una vez ya dados a conocer. Es imprescindible citar a Cristina Fernández Cubas (que en 2008 ha recopilado toda su obra breve escrita hasta la fecha en un solo volumen titulado Todos los cuentos) y a Juan Bonilla (autor de El que apaga la luzo La noche del skylab entre otros volúmenes). Al lado de ellos, los novelistas ya consagrados (Marías, Muñoz Molina, Vila Matas) y los autores pertenecientes a generaciones anteriores (Javier Tomeo, Juan Eduardo Zúñiga) dan a la imprenta con cierta regularidad nuevos volúmenes de relatos.

Conclusión
En conclusión, podemos decir que la narrativa española de los últimos años es abundante y variada. El tiempo dirá cuáles de las tendencias aquí esbozadas eran realmente fecundas para la evolución de la literatura española y qué obras de las muchas citadas eran en verdad representativas de una época. Pero lo que está claro es que el sistema literario español se ha normalizado después de una “larga noche de piedra” de cuarenta años. Una serie de autores tienen prestigio internacional (Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, Enrique Vila-Matas) y los demás ven cómo sus obras son regularmente traducidas a los idiomas más importantes. A su vez, a España llegan rápidamente los ecos de las principales literaturas del mundo occidental. Después de tantos años de censura y aislamiento, es un cambio fundamental. La industria editorial española es pujante y si de algo podría uno quejarse es de que se publican demasiados títulos al año. La narrativa española ya no se puede entender sin sus contactos con la francesa, la italiana, la alemana o la inglesa. Más allá de las barreras idiomáticas, la literatura europea es una realidad. La narrativa española es, desde hace años, una manifestación concreta de esa institución cultural más abstracta que llamamos Europa.

Algunos autores.

Eduardo Mendoza

Eduardo Mendoza se sitúa en un momento de inflexión para la narrativa española. Si recurrimos a la conocida clasificación de la novela española de posguerra de Gonzalo Soberano, en 1975, año en que ve la luz La verdad sobre el caso Savolta, sigue estando en vigor la novela “estructural”. Este tipo de novela asumió conscientemente las técnicas renovadoras de la novela del siglo XX: monólogo interior, perspectivismo, narración contrapuntística, alteraciones temporales en el tratamiento de la acción, lenguaje digresivo y reflexivo... Sin embargo, una novela así concebida llevaba en sí misma el germen de una concepción letal para el propio proceso narrativo: la total subordinación del relato a dichos procedimientos de estructura ción, y el alejamiento del placer clásico por contar historias. En La verdad sobre el caso Savolta Mendoza intentó la recuperación de tradiciones narrativas que iban desde el Lazarillo hasta Pío Baroja, y para muchos lectores vino a proporcionar un alivio ante los excesos de la novela estructural.
Hijo de padre castellano y madre catalana, Mendoza nació en Barcelona en 1943. Por su nacimiento y origen familiar pertenece a ese magnífico grupo de escritores catalanes que usan el castellano como lengua de expresión literaria. Cursó educación primaria y secundaria en un colegio religioso, y se decidió por los estudios de Derecho. Una vez acabados, tuvo diversos trabajos, viajó y aprendió lenguas extranjeras. En 1973 se trasladó a Nueva York, como traductor de la ONU, lo que le proporcionó estabilidad económica, y le permitió dedicarse a leer y a escribir. A partir de 1982, su trabajo como traductor le brindó la posibilidad de viajar por diversos países, sin abandonar por ello su vocación literaria.
En Nueva York residió hasta 1982, y en estos años comenzaron a aparecer sus primeras novelas. La primera de ellas, La verdad sobre el caso Savolta, llegó a las librerías después de un largo periodo de espera: los editores no veían con buenos ojos una novela que parecía alterar el panorama narrativo de la época, dominado por una novela de tipo estructural.
Si nos centramos exclusivamente en sus primeras novelas, aquellas que están, quizás, más próximas a La verdad sobre el caso Savolta, podremos referirnos, en primer lugar, a su segunda novela, El misterio de la cripta embrujada, publicada en 1979, y de estructura completamente lineal. Mendoza parecía haber dejado de lado cualquier propuesta experimentalista, pero consigue un tono paródico muy interesante. La continuación de esta novela sería El laberinto de las aceitunas, de 1982.
Las dos novelas anteriores son ejemplos de narrativa menor, pero en 1986 publica La ciudad de los prodigios, de nuevo una gran novela. El asunto narrativo vuelve a centrarse en un espacio urbano, Barcelona, y los personajes se armonizan entre un protagonista individual que se modela de nuevo sobre el pícaro de la novela española del siglo XVII, y un protagonismo colectivo en el que aparecen los habitantes de la ciudad. Y, otra vez, el fondo histórico vuelve a estar presente en la ficción narrativa.
Por otra parte, Mendoza ha asumido numerosas influencias en su narrativa. Por un lado, hay que reconocer la importancia que tienen en su obra las lecturas de novela realista, en una tradición que nace en la novela española de los Siglos de Oro. No sólo la novela picaresca, sino de manera destacada Cervantes, a cuya ironía no es ajeno. Y también la novela realista europea del siglo XIX, especialmente Dickens y Tolstoi cuyos valores descriptivos están presentes en la novela de Mendoza. Los narradores españoles contemporáneos que más influyen en su obra son Baroja y Valle Inclán. Del primero, la viva presentación de personajes y la capacidad descriptiva; del segundo, la tendencia a la esperpentización y la parodia. Por otro lado, no deben soslayarse las lecturas de novela negra norteamericana y su importancia para comprender los personajes y las situaciones de muchas de las obras de Mendoza.
A modo de resumen, podemos afirmar que Mendoza recuperó el placer de narrar una historia con una acción que el lector puede identificar y seguir sin grandes dificultades, y devuelve a la narrativa española el placer de la lectura como entretenimiento.

Antonio Muñoz Molina

Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) es un creador apasionado del periodismo, como queda patente desde sus primeros artículos en El Diario de Granada y El Ideal de Granada hasta la actualidad. En la ciudad andaluza comenzó a trabajar como administrativo en el Área de Cultura del Ayuntamiento, trabajo al que, tras pedir una excedencia de dos años, no volvería y más teniendo en cuenta el éxito de su segunda novela El invierno en Lisboa(1987), con la que gana, al año siguiente, el Premio Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica. A partir de 1992 abandona Granada y se instala en Madrid.Ganador de los más prestigiosos premios literarios: Ícaro (Beatus ille), Planeta (El jinete polaco), Nacional de Literatura (El invierno en Lisboa y El jinete polaco) y Nacional de la Crítica (El invierno en Lisboa); articulista en varios periódicos de tirada nacional, conferenciante en diversas universidades americanas. Ingresa en la Real Academia en 1995 donde ocupa el sillón “u”, de nueva creación. Entre 2004 y 2006 se ocupó de la dirección del Instituto Cervantes de Nueva York.
La amplia contribución de Muñoz Molina a la literatura en sus diversas vertientes y géneros (ficción, literatura de viajes, dietarios, relatos breves) ocuparía no menos de cuatro o cinco páginas. Solamente reproduciremos, pues, sus novelas, dejando de lado sus ensayos, sus aportaciones a la teoría literaria o sus colecciones de artículos y libros de cuentos:
Beatus ille(1986), El invierno en Lisboa(1987), Beltenebros(1989), El jinete polaco (1991),
Los misterios de Madrid(1992), El dueño del secret(1994), Ardor guerrero(1995), Plenilunio
(1997), Carlota Fainberg(1999), En ausencia de Blanca(1999), Sefarad: una novela de novelas
(2001), El salvador(2003), El viento de la luna(2006), Días de diario(2007).

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