lunes, 15 de mayo de 2017

CUENTO INDIGENISTA: LOS DOS SORAS, de César Vallejo

LOS DOS SORAS
Vagando sin rumbo, Juncio y Analquer, de la tribu de los soras, arribaron a valles y
altiplanos situados a la margen del Urubamba, donde aparecen las primeras poblaciones
civilizadas de Perú.
 En Piquillacta, aldea marginal del gran río, los dos jóvenes salvajes permanecieron toda
una tarde. Se sentaron en las tapias de una rúa, a ver pasar a las gentes que iban y venían
de la aldea. Después, se lanzaron a caminar por las calles, al azar. Sentían un bienestar
inefable, en presencia de las cosas nuevas y desconocidas que se les revelaban. Los dos
seres palpitaban de jubilosa curiosidad, como fascinados por el espectáculo de la vida de
pueblo, que nunca habían visto. Singularmente Juncio experimentaba un deleite
indecible. Analquer estaba mucho más sorprendido. A medida que penetraban al corazó
n de la aldea empezó a azorarse, presa de un pasmo que le aplastaba por entero. Las
numerosas calles, entrecruzadas en varias direcciones, le hacían perder la cabeza. No
sabía caminar este Analquer. Iba por en medio de la calzada y sesgueaba al acaso, por
todo el ancho de la calle, chocando con las paredes y aún con los transeúntes. –¿Qué
cosa? –exclamaban las gentes–. Qué indios tan estúpidos. Parecen unos animales.
 Analquer no les hacía caso. No se daba cuenta de nada. Estaba completamente fuera de
sí. Al llegar a una esquina, seguía de frente siempre, sin detenerse a escoger la dirección
más conveniente. A menudo, se paraba ante una puerta abierta, a mirar una tienda de
comercio o lo que pasaba en el patio de una casa. Juncio lo llamaba y lo sacudía por el
brazo, haciéndole volver de su confusión y aturdimiento. Las gentes, llamadas a
sorpresa, se reunían en grupos a verlos: –¿Quiénes son? –Son salvajes del Amazonas. –
Son dos criminales, escapados de una cárcel. –Son curanderos del mal del sueño. –Son
dos brujos. –Son descendientes de los Incas.Los niños empezaron a seguirles. –Mamá –
referían los pequeños con asombro–, tienen unos brazos muy fuertes y están siempre
alegres y riéndose.

 Al cruzar por la plaza, Juncio y Analquer penetraron a la iglesia, donde tenían lugar
unos oficios religiosos. El templo aparecía profundamente iluminado y gran número de
fieles llenaban la nave. Los soras y los niños que les seguían avanzaron descubiertos,
por el lado de la pila de agua bendita, deteniéndose junto a una hornacina de yeso.
 Tratábase de un servicio de difuntos. El altar mayor se hallaba cubierto de paños y
crespones salpicados de letreros, cruces y dolorosas alegorías en plata. En el centro de la
nave aparecía el sacerdote, revestido de casulla de plata y negro, mostrando una gran
cabeza calva, cubierta en su vigésima parte por el solideo. Lo rodeaban varios acólitos,
ante un improvisado altar, donde leía con mística unción los responsos, en un facistol de
hojalata. Desde un coro invisible, le respondía un maestro cantor, con voz de bajo
profundo, monótona y llorosa.
 Apenas sonó el canto sagrado, poblando de confusas resonancias el templo, Juncio se
echó a reír, poseído de un júbilo irresistible. Los niños, que no apartaban un instante los
ojos delos soras, pusieron una cara de asombro. Una aversión repentina sintieron por
ellos, aunque Analquer, en verdad, no se había reído y, antes bien, se mostraba
estupefacto ante aquel espectáculo que, en su alma de salvaje, tocaba los límites de lo
maravilloso. Mas Juncio seguía riendo. El canto sagrado, las luces en los altares, el
recogimiento profundo de los fieles, la claridad del sol penetrando por los ventanales a
dejar chispas, halos y colores en los vidrios y en el metal de las molduras y de las
efigies, todo había cobrado ante sus sentidos una gracia adorable que le colmaba de
bienestar, elevándolo, haciéndole cosquillas y despertando una vibración incontenible  en sus nervios. Los niños, contagiados, por fin, de la alegría candorosa y radiante de
Juncio, acabaron también por reír, sin saber por qué.
 Vino el sacristán y, persiguiéndoles con un carrizo, los arrojó del templo. Un individuo
del pueblo, indignado por las risas de los niños y los soras, se acercó enfurecido. –Imbé
ciles. ¿De qué se ríen? Blasfemos. Oye –le dijo a uno de los pequeños–, ¿de qué te ríes,
animal?
 El niño no supo qué responder. El hombre le cogió por un brazo y se lo oprimió
brutalmente, rechinando los dientes de rabia, hasta hacerle crujir los huesos. A la puerta
de la iglesia se formó un tumulto popular contra Juncio y Analquer. –Se han reído –
exclamaba iracundo el pueblo–. Se han reído en el templo. Eso es insoportable. Una
blasfemia sin nombre…
 Y entonces vino un gendarme y se llevó a la cárcel a los dos soras.

 César Vallejo
1.- PARTE: COMPRENSIÓN E INTERPRETACIÓN
Lea el texto anterior y responda a las siguientes preguntas:
1.- ¿Quiénes son Juncio y Analquer?
2.- ¿Por qué están alegres? ¿Sienten la misma emoción?
3.- ¿Qué le sucede a Analquer?
4.- ¿Cómo reacciona la gente?
5.- ¿Por qué los siguen los niños?
6.- ¿Qué oficio se estaba celebrando en la iglesia?
7.- ¿Qué es lo que provoca la risa de Juncio en la iglesia?
8.- ¿Qué hacen los niños al ver cómo reaccionan Juncio y Analquer?
9. - ¿Por qué son tildados de “blasfemos”?
10.- ¿Por qué los llevan a la cárcel?

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