lunes, 22 de mayo de 2017
UN SEÑOR MUY VIEJO CON UNAS ALAS ENORMES, de G. García Márquez.
Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos al mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era causa de la pestilencia. El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas.
LAS INVENCIONES LLEGAN A MACONDO (fragmento de "Cien años de soledad")
“Cien años de soledad” , de Gabriel García Márquez
Deslumbrada por tantas y tan maravillosas invenciones, la gente de
Macondo no sabía por dónde empezar a asombrarse. Se trasnochaban contemplando
las pálidas bombillas eléctricas alimentadas por la planta que llevó Aureliano
Triste en el segundo viaje del tren, y a cuyo obsesionante tumtum costó tiempo
y trabajo acostumbrarse. Se indignaron con las imágenes vivas que el próspero
comerciante don Bruno Crespi proyectaba en el teatro con taquillas de bocas de
león, porque un personaje muerto y sepultado en una película, y por cuya
desgracia se derramaron lágrimas de aflicción, reapareció vivo y convertido en
árabe en la película siguiente.
viernes, 19 de mayo de 2017
CASA TOMADA, de Julio Cortázar (lectura obligatoria para la Maturità) y otros cuentos
CASA TOMADA, de Julio Cortázar (Lectura obligatoria)
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
jueves, 18 de mayo de 2017
EL REALISMO MÁGICO Y AMÉRICA
LA SOLEDAD DE AMÉRICA LATINA
[Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982 -Texto completo]
Gabriel García Márquez
Antonio Pigafetta, un navegante
florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo,
escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin
embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con
el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las
espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos
miércoles, 17 de mayo de 2017
EL ECLIPSE, de Augusto Monterroso
Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte.
martes, 16 de mayo de 2017
PEDRO PÁRAMO
Pedro Páramo es la historia de un pueblo que, sometido al poder despótico del cacique Pedro Páramo, ha quedado reducido a cenizas. Cuando Juan Preciado, protagonista de la novela e hijo de Pedro Páramo, llega a Comala, movido por el deseo de conocer a su padre, se encuentra con la cara más amarga del abandono y la desolación. Y es que, en realidad, en Comala ya no queda nadie, sólo lamentos y quejas; las ánimas de los muertos que murieron sin saberlo.
lunes, 15 de mayo de 2017
CUENTO INDIGENISTA: LOS DOS SORAS, de César Vallejo
LOS DOS SORAS
Vagando sin rumbo, Juncio y Analquer, de la tribu de los soras, arribaron a valles y
altiplanos situados a la margen del Urubamba, donde aparecen las primeras poblaciones
civilizadas de Perú.
En Piquillacta, aldea marginal del gran río, los dos jóvenes salvajes permanecieron toda
una tarde. Se sentaron en las tapias de una rúa, a ver pasar a las gentes que iban y venían
de la aldea. Después, se lanzaron a caminar por las calles, al azar. Sentían un bienestar
inefable, en presencia de las cosas nuevas y desconocidas que se les revelaban. Los dos
seres palpitaban de jubilosa curiosidad, como fascinados por el espectáculo de la vida de
pueblo, que nunca habían visto. Singularmente Juncio experimentaba un deleite
indecible. Analquer estaba mucho más sorprendido. A medida que penetraban al corazó
n de la aldea empezó a azorarse, presa de un pasmo que le aplastaba por entero. Las
numerosas calles, entrecruzadas en varias direcciones, le hacían perder la cabeza. No
sabía caminar este Analquer. Iba por en medio de la calzada y sesgueaba al acaso, por
todo el ancho de la calle, chocando con las paredes y aún con los transeúntes. –¿Qué
cosa? –exclamaban las gentes–. Qué indios tan estúpidos. Parecen unos animales.
Analquer no les hacía caso. No se daba cuenta de nada. Estaba completamente fuera de
sí. Al llegar a una esquina, seguía de frente siempre, sin detenerse a escoger la dirección
más conveniente. A menudo, se paraba ante una puerta abierta, a mirar una tienda de
comercio o lo que pasaba en el patio de una casa. Juncio lo llamaba y lo sacudía por el
brazo, haciéndole volver de su confusión y aturdimiento. Las gentes, llamadas a
sorpresa, se reunían en grupos a verlos: –¿Quiénes son? –Son salvajes del Amazonas. –
Son dos criminales, escapados de una cárcel. –Son curanderos del mal del sueño. –Son
dos brujos. –Son descendientes de los Incas.Los niños empezaron a seguirles. –Mamá –
referían los pequeños con asombro–, tienen unos brazos muy fuertes y están siempre
alegres y riéndose.
Vagando sin rumbo, Juncio y Analquer, de la tribu de los soras, arribaron a valles y
altiplanos situados a la margen del Urubamba, donde aparecen las primeras poblaciones
civilizadas de Perú.
En Piquillacta, aldea marginal del gran río, los dos jóvenes salvajes permanecieron toda
una tarde. Se sentaron en las tapias de una rúa, a ver pasar a las gentes que iban y venían
de la aldea. Después, se lanzaron a caminar por las calles, al azar. Sentían un bienestar
inefable, en presencia de las cosas nuevas y desconocidas que se les revelaban. Los dos
seres palpitaban de jubilosa curiosidad, como fascinados por el espectáculo de la vida de
pueblo, que nunca habían visto. Singularmente Juncio experimentaba un deleite
indecible. Analquer estaba mucho más sorprendido. A medida que penetraban al corazó
n de la aldea empezó a azorarse, presa de un pasmo que le aplastaba por entero. Las
numerosas calles, entrecruzadas en varias direcciones, le hacían perder la cabeza. No
sabía caminar este Analquer. Iba por en medio de la calzada y sesgueaba al acaso, por
todo el ancho de la calle, chocando con las paredes y aún con los transeúntes. –¿Qué
cosa? –exclamaban las gentes–. Qué indios tan estúpidos. Parecen unos animales.
Analquer no les hacía caso. No se daba cuenta de nada. Estaba completamente fuera de
sí. Al llegar a una esquina, seguía de frente siempre, sin detenerse a escoger la dirección
más conveniente. A menudo, se paraba ante una puerta abierta, a mirar una tienda de
comercio o lo que pasaba en el patio de una casa. Juncio lo llamaba y lo sacudía por el
brazo, haciéndole volver de su confusión y aturdimiento. Las gentes, llamadas a
sorpresa, se reunían en grupos a verlos: –¿Quiénes son? –Son salvajes del Amazonas. –
Son dos criminales, escapados de una cárcel. –Son curanderos del mal del sueño. –Son
dos brujos. –Son descendientes de los Incas.Los niños empezaron a seguirles. –Mamá –
referían los pequeños con asombro–, tienen unos brazos muy fuertes y están siempre
alegres y riéndose.
martes, 9 de mayo de 2017
ANTONIO COLINAS: Canto X
Canto X
Mientras Virgilio muere en Bríndisi no sabe
que en el norte de Hispania alguien manda grabar
en piedra un verso suyo esperando la muerte.
Este es un legionario que, en un alba nevada,
ve alzarse un sol de hierro entre los encinares.
Sopla un cierzo que apesta a carne corrompida,
a cuerno requemado, a humeantes escorias
de oro en las que escarban con sus lanzas los bárbaros,
Un silencio más blanco que la nieve, el aliento
helado de las bocas de los caballos muertos,
caen sobre su esqueleto como petrificado.
Oh dioses, qué locura me trajo hasta estos montes
a morir y qué inútil mi escudo y mi espada
contra este amanecer de hogueras y de lobos.
En la villa de Cumas un aroma de azahar
madurará en la boca de una noche azulada
y mis seres queridos pisarán ya la yerba
segada o nadarán en playas con estrellas.
Sueña el sur el soldado y, en el sur, el poeta
sueña un sur más lejano; mas ambos sólo sueñan
en brazos de la muerte la vida que soñaron.
No quiero que me entierren bajo un cielo de lodo,
que estas sierras tan hoscas calcinen mi memoria.
Oh dioses, cómo odio la guerra mientras siento
gotear en la nieve mi sangre enamorada.
Al fin cae la cabeza hacia un lado y sus ojos
se clavan en los ojos de otro herido que escucha:
Grabad sobre mi tumba un verso de Virgilio.
De "Noche más allá de la noche"
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