EL TEATRO ESPAÑOL DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX.
PANORAMA GENERAL DEL TEATRO ESPAÑOL DE POSGUERRA.
- INTRODUCCIÓN
Si se compara con el teatro
extranjero, el panorama de la escena española resulta pobre. Es indudable que,
de todos los géneros, no ha sido el teatro el más favorecido por las
circunstancias. Pero recordemos los especiales condicionamientos del teatro:
condicionamientos comerciales e ideológicos. Pues bien, tal situación persiste
tras la guerra, con agravantes:
• Las compañías, en general,
siguen dependiendo de los intereses de unos empresarios que, a su vez, se
someten a las preferencias de un público burgués de gustos dudosos.
• Junto a ello, se agravan hasta
extremos impensables las limitaciones ideológicas, ejercidas por una censura
férrea.
Todo ello explica que el teatro
de posguerra sea un terreno poco propicio para las inquietudes renovadoras, que
no suelen ser «negocio» o que son tachadas de «perniciosas». De una parte, prosperan los autores de
«diversión» intrascendente o conformista. De otra, los autores «serios» se
abrirán difícilmente camino en el teatro comercial; algunos tendrán salida en
los teatros de ensayo o en las representaciones de «teatro independiente»;
muchos tendrán que encerrar sus obras en el cajón de su mesa. Y así, junto a un
teatro «visible» (el que accede a los escenarios), se habló de un «teatro
soterrado», que intentaba responder a nuevas exigencias sociales o estéticas y
que apenas logró mostrarse.
2. EL TEATRO DE LA POSGUERRA
Como para otros géneros, la Guerra Civil fue
un corte profundo para la trayectoria de nuestro teatro. Al terminar la
contienda, unos dramaturgos han muerto (Valle-Inclán, García Lorca... ); otros
sufren el exilio (Casona, Alberti, Max Aub...); de escaso interés es lo que aún
producen viejos maestros como Benavente o Arniches. En definitiva, nuestra
escena se ha visto privada de sus figuras más renovadoras. No es extraño que en
las carteleras proliferen las comedias extranjeras; pero, salvo excepciones, se
trata de mediocres obras «de diversión»: eso es lo que pide un público burgués
deseoso de «olvidar problemas». Pero, como instrumento de diversión, el cine
llevaba ventaja. Y ello es otra razón de la crisis del teatro (en efecto, son
muchos los teatros que se transformaron en cines).
Como contrapartida, consignemos
la meritoria labor de los Teatros Nacionales en Madrid (el Español y el María
Guerrero). Junto a ellos, cobrarán importancia, sobre todo en los años 50, los
Teatros de Cámara y los grupos de TEU (Teatro Universitario); son experiencias
minoritarias, pero darán a conocer nuevos valores españoles y alguna corriente
de la vanguardia europea (por ejemplo, el teatro del absurdo). Así
contribuyeron a la formación de un público nuevo, joven e inquieto.
En la producción más atendible de
los autores españoles de los años 40 y principios de los 50, cabe señalar las
siguientes líneas:
1. Un tipo de alta comedia en la línea del teatro benaventino. El
panorama teatral español de la posguerra estaba dominado por las comedias de
salón y los dramas de tesis que criticaban amablemente las costumbres de la
burguesía a la vez que defendían una espiritualidad tradicional y católica.
Incluso en los años en que había sido ya superado, este tipo de teatro fue el
dominante en las carteleras de los teatros españoles, repletos durante décadas
de obras que continuaban la tradición de la «comedia burguesa» de Benavente o
el «teatro cómico» de preguerra. En este sector se sitúan nombres como los de
Pemán, Luca de Tena o Joaquín Calvo Sotelo.
Los cultivadores del drama
burgués añadían a la crítica amable de la burguesía española, como propia de la
época, la defensa de los valores tradicionales encarnados por el franquismo: la
religión católica, la familia y la autoridad. En conjunto se trata de un teatro
caracterizado, con salvedades, por lo siguiente:
• Predominio de las comedias de
salón o de los dramas de tesis; a veces con una amable crítica de costumbres
unida a una defensa de los valores tradicionales.
• Preocupación por la obra «bien
hecha», con un diálogo cuidado y estructuras escénicas consagradas, aunque a
veces con discreta incorporación de técnicas nuevas.
2. Un teatro cómico. En el teatro cómico –y aparte una masa de
piezas carentes de valor– encontramos una de las facetas más interesantes de
aquellos años: la línea que va de Jardiel Poncela a Mihura. Jardiel, desde
antes de la guerra, se había propuesto «renovar la risa», introduciendo lo
inverosímil; pero su osadía se estrelló con los gustos del público y tuvo que
podar la audacia y la novedad de su ingenio. Semejante será el caso de Mihura.
Ambos presentan facetas que se han considerado precedentes del teatro del
absurdo, al menos por la introducción de un humor disparatado y poético. Pero
esta línea sólo encontró ciertos continuadores de valor desigual.
• Jardiel Poncela sigue realizando su teatro inverosímil, sin
rupturas: poco ha variado desde Cuatro corazones con freno y marcha atrás
(1936) hasta Un marido de ida y vuelta (1939) o Eloísa está debajo de un
almendro (1940). Es un teatro en busca de la "risa renovada", que, con
frecuencia, se supedita al éxito; el propio Jardiel confiesa que hubo de hacer
concesiones al público. Como mérito, sus obras superan el casticismo habitual
del teatro cómico anterior.
• Mihura quedó marcado por la imposibilidad de representar Tres sombreros
de copa cuando la escribió (1932). Hasta 1952 no pisó la obra los escenarios:
el TEU la representó (con la condición impuesta por Mihura de que fuera en
sesión única) y logró un enorme éxito. Quizás el público ya se había
acostumbrado al humor de Mihura a través de La Codorniz. El resto de la
producción de Mihura es posterior a estas fechas: A media luz los tres (1953),
Sublime decisión (1955), Melocotón en almíbar (1958), Maribel y la extraña
familia (1959) y Ninette y un señor de Murcia (1964). Pese al éxito de público,
son obras en las que ha desaparecido el poder crítico y corrosivo de Tres
sombreros de copa y que se amoldan al gusto burgués.
3. Corriente existencial. En una línea muy distinta, hay que situar
el nacimiento de un teatro grave, preocupado, inconformista, que se inserta, al
principio, en una corriente existencial. Dos fechas resultan claves: 1949, con
el insólito estreno de Historia de una escalera de Buero Vallejo, y 1953, en
que un teatro universitario presenta Escuadra hacia la muerte de Alfonso
Sastre. Obras como éstas son signos de un teatro «distinto» que quiere hacerse
un sitio en la escena, frente a lo trivial o lo convencional. Es una
orientación dramática decididamente encarada con las inquietudes del momento.
Durante unos años, en ambos autores, y en alguno más, dominarán las inquietudes
existenciales. Luego –hacia 1955– iniciarán un teatro social, paralelo a lo que
sucede por entonces en otros géneros.
3. EL TEATRO REALISTA DE PROTESTA Y DENUNCIA
La citada fecha de 1955 vuelve a
ser –como lo fue para la novela– un hito. Como ilustrará la evolución de Buero
y Sastre, pasamos a una nueva etapa orientada hacia el teatro social (o «de
protesta y denuncia»). En esta etapa, los condicionamientos de nuestra
producción dramática no experimentan cambios sustanciales, pero sí algunas
variaciones que explican, con todo, las novedades que se consolidarán hacia
1960. Así, junto al público burgués, ha aparecido un público nuevo –juvenil y
universitario sobre todo– que pide otro teatro. Además, la censura se relaja
levemente y tolera algunos enfoques críticos. Y todo ello sucede cuando, en el
conjunto de la creación literaria, fragua la concepción del realismo social. El
teatro de testimonio social tiene como pioneros a Buero (posibilista) y a
Sastre (imposibilista), aunque con notorias diferencias entre ambos.
Antonio Buero Vallejo (1916-2000). Su primera vocación fue la
pintura y cursó estudios de Bellas Artes en Madrid. Tras una crisis religiosa,
crecen sus inquietudes políticas. En 1936 se alista en el ejército republicano.
Al término de la guerra es condenado a muerte, pero se le conmuta la pena por
treinta años de cárcel. En esta etapa se despierta su vocación de dramaturgo.
Por fin, en 1947, es indultado. En 1949 presenta Historia de una escalera al
premio Lope de Vega. El estreno de la obra fue un acontecimiento decisivo en el
teatro de la posguerra y significó la aparición de un nuevo teatro, cargado de
hondas preocupaciones. Desde entonces –y pese a ciertos problemas de censura– los
más importantes escenarios están abiertos a este dramaturgo inconformista que,
sin embargo, atrae al público. En los años 60, la fama de Buero Vallejo se
consolida y se extiende a Europa y América. En España participa en actividades
de oposición política: su filiación marxista es un secreto a voces. En 1971 es
elegido miembro de la Real Academia. Y su reconocimiento máximo llegará en 1986
con el premio Cervantes, que lo corona como la primera figura del teatro
español de posguerra.
En su trayectoria, podemos
distinguir tres épocas:
• Primera época (hasta 1957). Teatro en
esencia tradicional. Se ha hablado de realismo simbólico. No obstante, se
observan técnicas modernas: el espacio escénico (Historia de una escalera) o la
luminotecnia (En la ardiente oscuridad).
Temática existencial.
• Segunda época (del 58 al 68).
Teatro social combinado con el drama histórico para sortear la censura, con un
tema central: el destino del pueblo en una sociedad injusta. Por lo tanto, se
insiste más en la faceta social del ser humano. Destacan Un soñador para el
pueblo (1958), sobre Esquilache. Técnicamente supera el
realismo. Como obras de transición se cita El tragaluz, con rasgos tomados del
teatro épico brechtiano (narradores que sirven de intermediarios entre la
historia y los espectadores).
• Tercera época: Es la etapa más
experimental; los rasgos innovadores de la época anterior se acentúan. La
Fundación (1974), una de sus cimas dramáticas.
Alfonso Sastre, nacido en 1926, es, además, su principal teorizador:
en 1956, en el libro Drama y sociedad, expone sus tesis, coincidentes con las
de su manifiesto del «social-realismo», en donde se hacen afirmaciones tajantes
como éstas: «Lo social es una categoría superior a lo artístico. Preferiríamos
vivir en un mundo justamente organizado y en el que no hubiera obras de arte, a
vivir en otro injusto y florecido de excelentes obras artísticas». Además, ya
en 1950 había intentado fundar un «Teatro de Agitación Social» (prohibido) y en
1961 crearía el «Grupo de Teatro Realista». En fin, como autor, tras su etapa existencial,
ponía en práctica sus ideas con obras como Muerte en el barrio (1955), La
cornada (1960), etc. Se trata de hitos significativos; pero, desgraciadamente,
no los acompañó el éxito (ni, en ocasiones, el acierto).
Tras Buero y Sastre aparecerán
autores nacidos en torno a 1925, como Lauro Olmo y Martín Recuerda. La temática
de estas obras es característica del teatro social. Todas abordan problemas muy
concretos: la burocracia deshumanizada y la esclavitud del trabajador, las
angustias de unos jóvenes opositores, la situación de los obreros que se ven
forzados a emigrar o a soñar con las quinielas, la brutalidad de unos aldeanos
instigados por las fuerzas retrógradas... Lo común sería el tema de la injusticia
social y de la alienación. Y, ante ello, la actitud del autor será de
testimonio o de protesta (con las limitaciones propias de la censura). No hará
falta subrayar la analogía con los enfoques de la novela del momento. En cuanto
a la estética y la técnica, tales obras se inscriben en el realismo, aunque con
diversos matices. Junto a un realismo directo y elemental, el autor se apoya a
veces en recursos y lenguaje de sainete (así, Lauro Olmo). Hay rasgos
esperpénticos en Martín Recuerda. En Carlos Muñiz, en cambio, se observa una
estilización expresionista de la realidad con fines críticos y cierto
simbolismo de aire kafkiano. Tanto por su temática como por su actitud, estos
autores representan el intento de crear –al margen de los espectáculos «de consumo»–
un teatro comprometido con los problemas de la España en que vivían. No
insistiremos en las dificultades que encontraron para difundir sus obras: son
muchas las piezas de estos autores que no llegaron a los escenarios.
4. LA BÚSQUEDA DE NUEVAS FORMAS
El teatro realista y social
siguió siendo defendido, durante los años 60, por un sector de la crítica, como
el único que respondía a las circunstancias del país. Pero, a la vez, y ya
decididamente hacia 1970, otros dramaturgos se han lanzado a una renovación de
la expresión dramática. Se supera el realismo y se asimilan corrientes
experimentales del teatro extranjero: del teatro del absurdo a las propuestas
más avanzadas, pasando por Brecht o Artaud. Surge así una nueva vanguardia
teatral. Para los cultivadores de este teatro el camino fue incluso más difícil
que para los representantes del realismo social. Es cierto que el contenido del
nuevo teatro era tan crítico o más que el de aquellos, por lo que siguieron
estrellándose contra la censura; pero, además, su audacia formal los alejó de
los escenarios convencionales, del público mayoritario y hasta de cierta
crítica (tanto la conservadora como la aferrada al realismo). De ahí que nos
hallemos ante una nueva corriente de «teatro soterrado». El caso más revelador
de esta marginación es el de Fernando Arrabal, quien optó por continuar su obra
en el extranjero, donde alcanzó el más alto reconocimiento.
Entre los que siguieron en
España, el único caso de éxito rotundo es el de Antonio Gala, éxito no exento
de concesiones. Otros accederían a escenarios de amplia audiencia ya avanzados
los años 70, como Francisco Nieva (éste ha visto reconocido su talento al
ingresar en la Real Academia en 1986). Pero son más los que siguen siendo
escasamente conocidos.
• Fernando Arrabal. Su primera obra Los hombres del triciclo (1958)
fue rechazada por público y crítica. Decidió marcharse a Francia, donde ha
vivido, escrito y publicado. Hoy en día posee un alto prestigio internacional
como renovador de la escena dramática. Arrabal cultiva el absurdo, el
esperpento y, sobre todo, es conocido por la creación del teatro pánico:
"conciliar lo absurdo con lo cruel e irónico, identificar el arte con el
acto vivido (de ahí el enlace con los happenings) y la adopción de la ceremonia
como forma de expresión". Obras en esta línea son Pic-Nic, Cementerio de
automóviles, Los dos verdugos... Posteriormente (tras su paso por la cárcel de Carabanchel),
su teatro adquiere tonos políticos de lucha: Teatro de guerrilla (1969). Estuvo
terminantemente prohibido en España hasta la llegada de la democracia.
Señalemos los rasgos más comunes
de este nuevo teatro:
-
Sigue siendo un teatro de protesta, pues su temática
gira en torno a la dictadura.
-
Lo nuevo es que se abandona el enfoque realista para
sustituirlo por enfoques simbólicos o alegóricos. Se recurre a la farsa, a lo
grotesco, a deformaciones esperpénticas; se da entrada a lo onírico (la
escenografía), el lenguaje es poético. Aumentan los recursos extraverbales:
sonoros, visuales, corporales, inspirándose en la comedia musical, la revista,
el circo.
En este sentido hay que destacar
el papel ejercido por los grupos de teatro independiente, los que actúan al
margen de las cadenas comerciales. Especialísima es la aportación de los grupos
catalanes como Els Joglars, Els
Comediants, La Fura del Baus, La Cubana. Tales grupos, con obras «de autor»
o con creaciones colectivas, han llevado a cabo una síntesis –y esto es
importantísimo– entre dos direcciones: la experimental y la popular. De una
parte, han asimilado las tendencias más renovadoras (Brecht, Artaud, Grotowski,
«Living Theatre»...). De otra, se dirigen a amplios sectores de público: así,
no sólo actúan en salas, sino en pabellones deportivos, en fábricas, en calles
y plazas. Y junto a enfoques críticos, se preocupan por los aspectos lúdicos
del espectáculo.
5. LOS ÚLTIMOS AÑOS
Con la democracia mejoraron las
condiciones para el desarrollo del teatro (se crea el Centro Dramático
Nacional, proliferan los festivales de teatro, las comunidades autónomas y los
ayuntamientos promocionan el teatro, se subvencionan espectáculos y se ampara a
los grupos independientes, se adoptan nuevas medidas para atraer al público
escolar.) Sin embargo, se sigue hablando de crisis teatral.
Como en poesía y novela, hay una
dispersión de tendencias, aunque se señala un retroceso en la experimentación
vanguardista. Se observa un cierto retorno a una línea tradicional.
En este sentido, hemos de
destacar el éxito obtenido por un veterano actor y autor como Fernando Fernán Gómez con “Las
bicicletas son para el verano” (1982), de un realismo depurado.
Muy significativo es un teatro
que aborda realidades muy actuales como la situación de los jóvenes, la droga,
la delincuencia; por este camino han alcanzado grandes éxitos autores como José Luis Alonso de Santos, que ha
revitalizado el género costumbrista con un teatro que lleva a las tablas con
enfoque satírico algunos problemas de la sociedad, (La estanquera de Vallecas) o la droga
(Bajarse al moro). Destaca en sus obras el dominio del lenguaje coloquial y
marginal.
Por otra parte, José Sanchis Sinisterra debe su
renombre a piezas de carácter histórico (¡Ay, Carmela!, 1986, con las
tribulaciones de unos cómicos durante la Guerra Civil). También explora el
propio hecho teatral (Ñaque) y parte a menudo de textos literarios previos (La
noche de Molly Bloom). También habría que señalar entre otros autores a Juan
Antonio Mayorga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario