lunes, 18 de septiembre de 2017

TRES NOVELAS DEL 98, SUS ARGUMENTOS.



“El árbol de la ciencia” de Baroja: 

La novela se divide en siete partes: Primera: La vida de un estudiante en Madrid. Andrés Hurtado, el protagonista, comienza la carrera de medicina en Madrid, pero pronto se decepciona. El autor hace una áspera crítica de la situación de la Universidad española. Andrés tampoco se encuentra a gusto en su casa: aunque se lleva bien con su hermano pequeño y su hermana, las relaciones con su padre son muy tirantes. Con motivo de sus estudios, hace prácticas en hospitales. La crítica a estos establecimientos es acerba. El protagonista sigue sin encontrar su sitio en el medio en el que se desenvuelve.
Segunda : Andrés visita la casa de Niní, la novia de Aracil, su compañero de estudios. Allí conoce a Lulú, hermana de Niní. El novelista ofrece aquí una visión de la bohemia madrileña. Aparece Rafael Villasús, trasunto de Alejandro Sawa, personaje que inspiró a Valle-Inclán el Max Estrella de Luces de bohemia.
Tercera: Tristezas y dolores. Andrés viaja a Valencia con su hermano, enfermo, en busca de un clima adecuado. Cuando mejora su salud, Andrés marcha a Burgos a ejercer la medicina en un pueblecito. Allí recibe la noticia de la muerte de su hermano, que le afecta de una manera especial.
Cuarta: lnquisiciones. En un paréntesis en la acción general de la novela se refleja la discusión sobre temas filosóficos que Andrés mantiene con su tío Iturrioz, médico también y aficionado a la filosofía.
Quinta: La experiencia del pueblo. El protagonista se traslada durante una temporada a Alcolea del Campo a ejercer la medicina. Allí, según Baroja, «las costumbres eran españolas puras, es decir, de un absurdo completo». La crítica adquiere su mayor grado de acritud. Andrés no puede aguantar y se vuelve a Madrid.
Sexta: La experiencia en Madrid. En Madrid se vive un ambiente de euforia inconsciente poco antes del desastre del noventa y ocho. Iturrioz advierte a Andrés que la derrota es segura. Andrés, por su parte, consigue un puesto de médico de higiene. (Baroja aprovecha para criticar la falta de higiene en los hospitales.) Se enamora de Lulú y se declara a ella de manera poco convencional.
Séptima: La experiencia del hijo. Andrés consigue un trabajo de preparación y traducción de artículos científicos. Esto le permite quedarse a trabajar en casa y no ver a nadie, como él desea. Pasa un breve período de felicidad en el que las relaciones con su mujer son óptimas. A medida que llega el momento del nacimiento del hijo vuelve a su pesimismo habitual, asustado tal vez por su responsabilidad. Su mujer, acongojada por lo que entiende un rechazo hacia el hijo, tiene un mal parto y mueren ella y el recién nacido. Andrés no puede soportarlo y se suicida.


“La voluntad” de Azorín: 
La novela consta de un prólogo, tres partes y un epílogo. Prólogo: Es un breve informe sobre las vicisitudes de la construcción de la Iglesia Nueva de Yecla, desde que se decidió levantarla en 1769, hasta que pudo abrirse al culto en la segunda mitad del siglo XIX. Termina el prólogo asociando las actitudes religiosas de los habitantes de Yecla con las que hipotéticamente tendrían los iberos, pueblo prerromano cuyos restos arqueológicos todavía se conservan en el cerro de los Santos, muy próximo a la ciudad de Yecla.
I parte: Alternando con minuciosas descripciones del paisaje y de la vida de Yecla, se nos presenta -unas veces guiados por la voz del narrador, otras escuchando sus diálogos y reflexiones- la pequeña historia de un reducido número de personajes. Justina lucha entre un evanescente amor por el joven Antonio Azorín y el deseo, que alimenta su tío el clérigo Puche, de apartarse del mundo y entregarse a Dios dentro de la vida monástica. Azorín mantiene largos diálogos con su maestro Yuste, un filósofo con cierto reconocimiento nacional que se encuentra retirado y está en el último tramo de su vida. Desde posturas confusas, en las que Kant, Nietzsche, Schopenhauer, Montaigne, el anarquismo, el determinismo, etc., se entremezclan sin distinción, el maestro, siempre «satisfecho con su pintoresca asociación de ideas», reflexiona sobre la vida, la muerte, la propiedad, la ciencia, las elecciones, la estética literaria, la regeneración nacional. A este barullo de consideraciones se une de vez en .cuando el padre Lasalde, director del colegio de los Escolapios de Yecla y arqueólogo. Los días pasan y el estrecho mundo de Azorín se deshace. Justina ingresa en el convento, Yuste muere dejando un desesperado testamento sobre la imposibilidad del conocimiento y Lasalde es trasladado a un colegio de Getafe. Triste y sin horizonte, la figura de Iluminada, hiperactiva y arrogante, se le ofrece a Azorín como un complemento necesario a su diluida voluntad.
II parte: El protagonista se instala en Madrid, cuyos barrios y ambientes populares y literarios describe. Visita al padre Lasalde en su retiro de Getafe y de la entrevista se desprende una fría impresión de fracaso mutuo. Más tarde viaja a Toledo, ciudad que le lleva, estimulado también por los efectos del aguardiente, a todo tipo de cábalas filosóficas y literarias. A pesar de sus diálogos con Olaiz (Baroja), de la visita a la tumba de Larra que agrupa a los autores jóvenes más activos, del encuentro entrañable y desencantado con el Anciano (Pi y Margall), la vida de Madrid, especialmente su mezquina intelectualidad, cansan a AzorÍn que decide regresar a su tierra.
III parte: El último capítulo recoge una serie de escritos del protagonista en los que éste refleja el hastío de su vida interior y de la de sus conciudadanos. Iluminada aparece cada vez más próxima a Azorín.
Epílogo: Martínez Ruiz, de paso por Murcia se acerca a Yecla para saludar a Azorín, su amigo de las luchas literarias madrileñas. El epílogo está constituido por tres cartas que éste remite a Pío Baroja. En ellas cuenta cómo Azorín, sucio y sin afeitar, se deshace dentro de un mundo anodino. Incluso se ha casado con Iluminada y es padre de dos pequeños. Para Martínez Ruiz, Yecla -o lo que es lo mismo, España-, con su oscura herencia educativa, tiene la culpa de la postración de Antonio Azorín.


“San Manuel Bueno, mártir” de Unamuno: 
Ángela Carballino escribe la historia de don Manuel Bueno, párroco de su pueblecito, Valverde de Lucerna. Múltiples hechos lo muestran como «un santo vivo, de carne y hueso», un dechado de amor a los hombres, especialmente a los más desgraciados, y entregado a «consolar a los amargados y ayudar a todos a bien morir». Sin embargo, algunos indicios hacen adivinar a Ángela que algo lo tortura interiormente: su actividad desbordante parece encubrir «una infinita y eterna tristeza que con heroica santidad recataba a los ojos y los oídos de los demás».
Un día, vuelve al pueblecito el hermano de Ángela, Lázaro. De ideas progresistas y anticlericales, comienza por sentir hacia don Manuel una animadversión que no tardará en trocarse en la admiración más ferviente al comprobar su vivir abnegado. Pues bien, es precisamente a Lázaro a quien el sacerdote confiará su terrible secreto: no tiene fe, no puede creer en Dios, ni en la resurrección de la carne, pese a su vivísimo anhelo de creer en la eternidad. Y si finge creer ante sus fieles es por mantener en ellos la paz que da la creencia en la otra vida, esa esperanza consoladora de que él carece. Lázaro -que confía el secreto a Angela-, convencido por la actitud de don Manuel, abandona sus anhelos progresistas y, fingiendo convertirse, colabora en la misión del párroco. Y así pasará el tiempo hasta que muere don Manuel, sin recobrar la fe, pero considerado un santo por todos, y sin que nadie -fuera de Lázaro y de Angela- haya penetrado en su íntima tortura. Más tarde morirá Lázaro. Y Ángela se interrogará acerca de la salvación de aquellos seres queridos. 

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