martes, 26 de septiembre de 2017

UNAMUNO: NIEBLA

Capítulo XXXI: el protagonista, Augusto, desesperado por un desengaño amoroso, ha pensado en suicidarse. Sin embargo, habiendo leído cierto ensayo sobre el suicidio, decide consultar con su autor, que no es otro que el propio Unamuno.


Empezaba yo a estar inquieto con estas salidas de Augusto y a perder mi paciencia.
-E insisto -añadió- en que aún concedido que usted me haya dado el ser y un ser ficticio, no puede usted, así como así y porque sí, porque le dé la real gana, como dice, impedirme que me suicide.
-¡Bueno, basta! ¡Basta! -exclamé dando un puñetazo en la camilla-. ¡Cállate! ¡No quiero oír más impertinencias...! ¡Y de una criatura mía! Y como ya me tienes harto y además no sé ya qué hacer de ti, decido ahora mismo no ya que te suicides, sino matarte yo. ¡Vas a morir, pues, pero pronto! ¡Muy pronto!
-¿Cómo? -exclamó Augusto, sobresaltado-. ¿Que me va usted a dejar morir, a hacerme morir, a matarme?
-¡Sí, voy a hacer que mueras!
-¡Ah, eso nunca! ¡Nunca! ¡Nunca! -gritó.
-¡Ah! -le dije, mirándole con lástima y rabia-. ¿Conque estabas dispuesto a matarte y no quieres que yo te mate? ¿Conque ibas a quitarte la vida y te resistes a que te la quite yo?
-Sí; no es lo mismo...
-En efecto, he oído contar casos análogos. He oído de uno que salió una noche armado de un revólver y dispuesto a quitarse la vida; salieron unos ladrones a robarle, le atacaron, se defendió, mató a uno de ellos, huyeron los demás, y al ver que había comprado su vida por la de otro renunció a su propósito.
-Se comprende -observó Augusto-; la cosa era quitar a alguien la vida, matar a un hombre, y ya que mató a otro, ¿a qué había de matarse? Los más de los suicidas son homicidas frustrados; se matan a sí mismos por falta de valor para matar a otros...
-¡Ah, ya te entiendo, Augusto, te entiendo! Tú quieres decir que si tuvieses valor para matar a Eugenia o a Mauricio, o a los dos, no pensarías en matarte a ti mismo, ¿eh?
-¡Mire usted, precisamente a esos... no!
-¿A quién, pues?
-¡A usted! -y me miró a los ojos.-¿Cómo? -exclamé, poniéndome en pie-. ¿Cómo? Pero ¿se te ha pasado por la imaginación matarme?, ¿tú?, ¿y a mí?
 (…)
-Y luego has insinuado la idea de matarme. ¿Matarme? ¿A mí? ¿Tú? ¡Morir yo a manos de una de mis criaturas? No tolero más. Y para castigar tu osadía y esas doctrinas disolventes, extravagantes, anárquicas, con que te me has venido, resuelvo y fallo que te mueras. En cuanto llegues a tu casa te morirás. ¡Te morirás, te lo digo, te morirás!
-Pero ¡por Dios...! -exclamó Augusto, ya suplicante, y de miedo tembloroso y pálido.
-No hay Dios que valga. ¡Te morirás!
-Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir...
-¿No pensabas matarte?
-¡Oh, si es por eso, yo le juro, señor de Unamuno, que no me mataré, que no me quitaré esta vida que Dios o usted me han dado; se lo juro... Ahora que usted quiere matarme, quiero yo vivir, vivir, vivir...
-¡Vaya una vida! -exclamé.
-Sí, la que sea. Quiero vivir, aunque vuelva a ser burlado, aunque otra Eugenia y otro Mauricio me desgarren el corazón. Quiero vivir, vivir, vivir...
(…)
Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:
-¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
-¡No puede ser, pobre Augusto -le dije, cogiéndole una mano y levantándole-, no puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata...
¿Cómo que no existo? – Exclamó.
- No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas aventuras y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarte. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto quedó el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la mirada e ir más allá, miró luego a mi retrato al óleo que preside mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de sí... y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:
- Mire usted, don Miguel..., no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted cree y me dice... que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted sea solo un pretexto para que mi historia llegue al mundo.
...- ¿Conque no, eh?- me dijo- ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme. ¿Conque no lo quiere? ¿Conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor don Miguel, también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de la que salió... ¡Dios dejará de soñarle!... Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, Augusto Pérez, su víctima.

ACTIVIDADES
1.- ¿Qué tiene de original este diálogo?
2.- Relacione la siguiente frase con el sentido general del texto: “Los más de los suicidas son homicidas frustrados”.
3.- ¿Podrías explicar el paralelismo que se establece en la obra entre Dios y el autor?
4.- ¿Qué le dice Augusto a Unamuno sobre Dios?
5.- ¿Cómo se concibe la vida en el texto?

6.- ¿Podrías explicar el contenido existencial del texto?

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