Capítulo XXXI: el protagonista, Augusto, desesperado por un desengaño
amoroso, ha pensado en suicidarse. Sin embargo, habiendo leído cierto ensayo
sobre el suicidio, decide consultar con su autor, que no es otro que el propio
Unamuno.
Empezaba yo a estar inquieto
con estas salidas de Augusto y a perder mi paciencia.
-E insisto -añadió- en que aún
concedido que usted me haya dado el ser y un ser ficticio, no puede usted, así
como así y porque sí, porque le dé la real gana, como dice, impedirme que me suicide.
-¡Bueno, basta! ¡Basta!
-exclamé dando un puñetazo en la camilla-. ¡Cállate! ¡No quiero oír más
impertinencias...! ¡Y de una criatura mía! Y como ya me tienes harto y además
no sé ya qué hacer de ti, decido ahora mismo no ya que te suicides, sino matarte
yo. ¡Vas a morir, pues, pero pronto! ¡Muy pronto!
-¿Cómo? -exclamó Augusto,
sobresaltado-. ¿Que me va usted a dejar morir, a hacerme morir, a matarme?
-¡Sí, voy a hacer que mueras!
-¡Ah, eso nunca! ¡Nunca!
¡Nunca! -gritó.
-¡Ah! -le dije, mirándole con
lástima y rabia-. ¿Conque estabas dispuesto a matarte y no quieres que yo te
mate? ¿Conque ibas a quitarte la vida y te resistes a que te la quite yo?
-Sí; no es lo mismo...
-En efecto, he oído contar
casos análogos. He oído de uno que salió una noche armado de un revólver y
dispuesto a quitarse la vida; salieron unos ladrones a robarle, le atacaron, se
defendió, mató a uno de ellos, huyeron los demás, y al ver que había comprado
su vida por la de otro renunció a su propósito.
-Se comprende -observó Augusto-;
la cosa era quitar a alguien la vida, matar a un hombre, y ya que mató a otro,
¿a qué había de matarse? Los más de los suicidas son homicidas frustrados;
se matan a sí mismos por falta de valor para matar a otros...
-¡Ah, ya te entiendo, Augusto,
te entiendo! Tú quieres decir que si tuvieses valor para matar a Eugenia o a
Mauricio, o a los dos, no pensarías en matarte a ti mismo, ¿eh?
-¡Mire usted, precisamente a
esos... no!
-¿A quién, pues?
-¡A usted! -y me miró a los
ojos.-¿Cómo? -exclamé, poniéndome en pie-. ¿Cómo? Pero ¿se te ha pasado por la
imaginación matarme?, ¿tú?, ¿y a mí?
(…)
-Y luego has insinuado la idea
de matarme. ¿Matarme? ¿A mí? ¿Tú? ¡Morir yo a manos de una de mis criaturas? No
tolero más. Y para castigar tu osadía y esas doctrinas disolventes,
extravagantes, anárquicas, con que te me has venido, resuelvo y fallo que te
mueras. En cuanto llegues a tu casa te morirás. ¡Te morirás, te lo digo, te
morirás!
-Pero ¡por Dios...! -exclamó
Augusto, ya suplicante, y de miedo tembloroso y pálido.
-No hay Dios que valga. ¡Te
morirás!
-Es que yo quiero vivir, don
Miguel, quiero vivir, quiero vivir...
-¿No pensabas matarte?
-¡Oh, si es por eso, yo le
juro, señor de Unamuno, que no me mataré, que no me quitaré esta vida que Dios
o usted me han dado; se lo juro... Ahora que usted quiere matarme, quiero yo
vivir, vivir, vivir...
-¡Vaya una vida! -exclamé.
-Sí, la que sea. Quiero vivir,
aunque vuelva a ser burlado, aunque otra Eugenia y otro Mauricio me desgarren
el corazón. Quiero vivir, vivir, vivir...
(…)
Cayó a mis pies de hinojos,
suplicante y exclamando:
-¡Don Miguel, por Dios, quiero
vivir, quiero ser yo!
-¡No puede ser, pobre Augusto
-le dije, cogiéndole una mano y levantándole-, no puede ser! Lo tengo ya
escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios,
cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata...
¿Cómo que no existo? – Exclamó.
- No, no existes más que como
ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y
de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas
aventuras y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de
novela, o de nivola, o como quieras llamarte. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto quedó el pobre
hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen
atravesar la mirada e ir más allá, miró luego a mi retrato al óleo que preside mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño
de sí... y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:
- Mire usted, don Miguel...,
no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de
lo que usted cree y me dice... que sea usted y no yo el ente de ficción, el que
no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted sea solo un
pretexto para que mi historia llegue al mundo.
...- ¿Conque no, eh?- me dijo-
¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir,
vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme. ¿Conque no lo quiere?
¿Conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor don Miguel, también
usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de la que salió... ¡Dios
dejará de soñarle!... Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es más que
otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, Augusto
Pérez, su víctima.
ACTIVIDADES
1.- ¿Qué tiene de original este diálogo?
2.- Relacione la siguiente frase con el sentido
general del texto: “Los más de los suicidas son homicidas frustrados”.
3.- ¿Podrías explicar el paralelismo que se
establece en la obra entre Dios y el autor?
4.- ¿Qué le dice Augusto a Unamuno sobre Dios?
5.- ¿Cómo se concibe la vida en el texto?
6.- ¿Podrías explicar el contenido existencial
del texto?
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