DOÑA ANTONIA: Allí hay unos pisos estupendos, en Villaverde. Pero mejor en Móstoles. Eso ha dicho mi marido. Y a acabar la carrera, que sin una carrera hoy no se va a ningún sitio. Ya ves mi marido, con cincuenta años y todo el día estudiando. Llega a casa y se pone con los libros. Quién le ha visto y quién le ve. Cómo cambia todo en España, hija. Antes es que si le ves no le conoces. Pero de eso es mejor no hablar. Ya nos dijo tu madre lo de tu padre. (ELENA la mira sorprendida de que su madre le haya hablado del oscuro incidente de la piscina) Checoslovaquia está lejos, pero no tanto. Hoy en día, con los aviones... ya verás, cualquier día se os presenta aquí, diga ella lo que diga. ¿No ha vuelto mi marido de la cárcel, que es peor? Y tan ricamente. ¡Ay, Señor, Señor! ¡Qué hombres! ¡Que todo en la vida tenga que ser siempre sufrir! Y que las cosas son como son, y que no les des más vueltas. En las reuniones nuestras neocatecumenales, que lo contamos todo, se escuchan casos que te ponen los pelos de punta. Allí desde luego lo hablamos todo, hija. Todos somos pecadores, y las cosas a la luz, que la mierda, con perdón, si no corre atasca el váter. Las cosas claras, y el chocolate, espeso. El que bebe, va allí, y lo cuenta. Y el que le pega una paliza a su mujer, lo cuenta también, y se arrepiente, y se da cuenta de que es un pecador, que eso es lo importante. A veces acabamos todos llorando. Y luego las separaciones, con todo el sufrimiento de los hijos, que se los reparten como si fuesen monedas de a duro: éste para ti, éste para mí; éste me toca los sábados y los domingos, y quince días en agosto. ¡Ay, Dios mío, qué mundo este! Yo es que enchufo la televisión y me da algo: muertos tirados por todas partes, que siempre te los sacan a la hora de comer, para más inri. Una vez fue uno allí a confesarse, ya sabes que allí nos confesamos en voz alta como te digo, delante de todos. Bueno, pues fue allí, nosotros no le conocíamos de nada, pero va tanta gente que vete tú a saber. Pues llegó allí, y empezó a decir guarrerías que había hecho con otro tío. ¡Qué vergüenza! A mí esas cosas me dan mucho asco, qué quieres que te diga. Hay cosas que no se deberían confesar, o no dar tantos detalles, por lo menos. No eran artistas, ni nada. Era un albañil en paro y un mecánico de un taller de motos. ¡Si llegas a escuchar las cosas que contó que estuvieron haciendo... en un solar en medio de un descampado, como animales! Al final se cayó al suelo, devolvió... un desastre. Yo creo que es que estaba completamente borracho. ¡Lo que no veremos allí! ¿Y las guarradas esas de las revistas, con todas esas marranas poniendo el culo como para que les pongan una inyección? Yo acababa con eso en dos días. Así va todo. Es que pasas por un quiosco y hay que mirar al otro lado. Hay algunas que traen posturas de estar... tú me entiendes. Y el cine, y la televisión, que te meten una teta en la sopa en cuanto te descuidas. Y en color ahora es mucho peor. Parece carne de verdad. Ahora que yo cambio de canal. Alberto es muy serio, y muy buen chico. Ya ves, policía. Así que tú hazme caso, por el buen camino. Ya verás luego la alegría que dan los niños, sí, mujer, y el hacerlos, que hablando claro se entiende una mejor, y hay cosas que están muy bien en la vida si se hacen decentemente y como Dios manda. Mi marido ha dicho que os regala el vídeo. Claro que por otro lado, teniéndolo vosotros en la tienda es una bobada comprar uno. Y un día te tienes que venir conmigo a la reunión aunque sólo sea para verlo. Hay días que está muy bien, no creas que siempre es igual. He cogido un catarrazo... (Busca un pañuelo en su bolso, y vemos aparecer por él montones de corbatas que lleva dentro) ¡Ay, Dios mío, Dios mío! Y que cuando no es una cosa es otra. Qué mona es esa blusa. (Se da cuenta cómo ELENA mira las corbatas) Son para mi marido. Ahora gasta muchas corbatas. Como estaban rebajadas.
(Está guardándolas en el bolso cuando abren la puerta y entran ALBERTO y JAIMITO, el primero vestido de policía, como siempre, y el otro con el brazo izquierdo en cabestrillo. DOÑA ANTONIA cierra el bolso como puede, y recibe al recién llegado del hospital con fría cortesía. ELENA se le acerca con cariño).
JAIMITO: Hola, buenas. Qué tal, doña Antonia. Hola, Elena, cómo estás.
DOÑA ANTONIA: Pues mal, ya ves. Con un catarrazo.
ELENA: Estás muy bien. Se ve que te han cuidado mucho en el hospital. Y el brazo, ¿te duele?
JAIMITO: No, ya nada. Sólo lo tengo que llevar así unos días, por precaución, pero no noto nada. Está ya bien.
ELENA: Siéntate, ¿no?
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