consagrarse por entero a lograr que ese tiempo también volviera a España.
En cierto modo lo consiguió. Porque la guerra es por excelencia el tiempo de los héroes y los poetas, y en los años
treinta poca gente empeñó tanta inteligencia, tanto esfuerzo y tanto talento como él en conseguir
que en España estallara una guerra. A su vuelta al país, Sánchez Mazas entendió enseguida que
para alcanzar su objetivo no sólo era preciso fundar un partido cortado por el mismo patrón del que
había visto triunfar en Italia, sino también hallar un condotiero renacentista cuya figura, llegado el
momento, catalizase simbólicamente todas las energías liberadas por el pánico que la
descomposición de la Monarquía y el triunfo inevitable de la República iban a generar entre los
sectores más tradicionales de la sociedad española. La primera empresa tardó todavía un tiempo en
cuajar; no así la segunda, pues José Antonio Primo de Rivera vino a encarnar de inmediato la
figura del caudillo providencial que Sánchez Mazas buscaba.
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