“EL JARAMA” de Rafael Sánchez Ferlosio
Levantaron
los ojos. Venía muy bajo un avión. Pasaba justamente por encima y parecía que
iba a podar con sus alas las puntas de los árboles. El ruido había cubierto el
murmullo de toda la arboleda.
–
¡Qué cerca pasan! – dijo Mely.
–
Es un cuatrimotor.
–
Es que ahora aterriza asimismo, según viene – explicaba Fernando-. Cogen ahí en
seguida la pista de Barajas, nada más que pasar la carretera.
–
¡Quién fuera en él!
–
En éste no, mujer; en uno que despegue.
–
¿Te gustaría ir a Río de Janeiro?
–
Creo que arman unos Carnavales…
–
Los Carnavales de Río.
– Las Fallas valencianas, como encender una
cerilla.
–
Allí no queman nada.
–
Bueno, pero hay follón.
–
¿Y aquí por qué no te dejarán ponerte una careta?
–
Pues por la cosa de los carteristas, hombre. ¿No comprendes que es darles la
gran oportunidad?
–
¿Y en Río no los hay?
–
¡Allí hay mucho dinero! Figúrate, Brasil, con el café que vende a todas las
naciones.
–
Ya ves, y un vicio.
–
Cuba con el tabaco. Pues igual. Los vicios dan dinero siempre.
–
En cambio produces trigo, y lo de aquí.
–
Pues vamos a sembrar café nosotros y a ver si de aquí a un par de años nos
dejan ya que saquemos las caretas.
–
¡Las carotas!
–
Ésas ya las sacamos a diario por la calle – dijo Sebastián.
–
Luego dicen de Río. ¿Más carnaval?
–
Perpetuo. Ya lo sabes, Mely, Río de Janeiro, nada.
–
¿Nada, verdad? Ya guardarías hasta cola para ir.
–
¿Yo? Sí; la curiosidad…
–
Pues todo. Ver Río de Janeiro y ver los Carnavales de Río de Janeiro.
–
Hombre, yo creo que con alguna cosita más ya escaparíamos. No iba a ser sola y
exclusivamente a base de ración de visita.
–
Sí, algún pito de madera que nos tocase en una tómbola.
–
¡Qué menos!, ¿verdad?
–
¿Ya Bahía?
–
También… También a Bahía… Tampoco debe ser manco Bahía.
–
Lo mejor, Astorga.
–
¡Me troncho de risa, hermano!
–
Pues no era un chiste.
–
¿No?
–
No.
–
¿Qué era?
–
El billete más largo que yo puedo sacar.
– Ah, bueno. Y en tercera.
–
Eso es. Así que chiste, es Río de Janeiro. Y Bahía otro chiste. Y… ¿Cuál vais a
sacar ahora?
–
Despacio, Santos; yo tengo un décimo en casa. A lo mejor no es tan chiste para
mí.
–
Para el que más.
–
¿Por qué?
–
¡A ver! Más fantasía, pues más chiste. Yo Astorga, Astorga; me dé un billete
para Astorga, ¿cuánto vale? Tanto. Pues ahí va. Ése es el sitio más bonito para
mí. Más allá de Astorga, yo todavía no tengo nada. Ahí ya empieza el chiste. El
billetito mío, en Astorga venció.
–
La fantasía no paga billete.
–
Sí, eso es lo que tiene – dijo Santos -. No paga. Es un momio, una cosa
estupenda – hizo una pausa -. Como el hambre. Que te sale de balde también.
No
andaba casi nadie bajo el sol, por fuera de los árboles. Al ras del agua
bailaba, menudo y transparente, el tiritar de la evaporación. Mely miraba en
torno. Otra vez planeaban los abejarucos por cima de la arboleda. Se oían sus
chillidos.
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