TRES SOMBREROS DE COPA
INTRODUCCIÓN
Miguel Mihura, según
declaraciones propias, escribió “Tres sombreros de copa” en 1932, «para distraerse»
durante una larga enfermedad. En la comedia se proyectan experiencias personales: de una parte, un viaje que hizo
con una compañía cómica, y durante el cual se enamoró de una bailarina; de otra
parte, el «forzado rompimiento amoroso» con una novia suya. Como ha notado de
E. de Miguel, también Dionisio, el protagonista de la obra, se halla entre una
novia y una bailarina; si el desenlace será el opuesto al vivido por el autor.
Es, como diría Mihura, lo mismo... pero todo lo contrario.
Fue, por todo ello, una obra
escrita con amor y también melancolía». Pero, además, con una libertad de
inspiración y una espontaneidad inigualables. Sin embargo —o tal vez por ello—
, Tres sombreros de copa iba a estrellarse ante la incomprensión de
empresarios, directores y actores. Mihura ha contado sus repetidos e infructuosos intentos por estrenarla.
Y su decepción: «sin proponérmelo, sin la menor dificultad, había escrito una
obra rarísima, casi de vanguardia, que no sólo desconcertaba a la gente, sino
que de sembraba el terror en los que la leían». Tras estas irónicas palabras se
oculta un hecho lamentable: la inviabilidad de un teatro «nuevo», distinto, en
la España de aquellos años. Y así, Mihura se veía rechazado en sus comienzos
como un autor «de vanguardia» a pesar suyo.
Los lectores pudieron conocer la
obra editada en 1947. Pero su estreno no se produce hasta 1952, en una sesión del TEU de Madrid.
En 1953 se presenta, al fin, en un teatro comercial, y recibe el Premio
Nacional de Teatro de aquella temporada. La comedia había obtenido, en efecto,
los mayores elogios de la crítica y, lo que es más significativo, había despertado
el entusiasmo de un público joven. Sin embargo, el público «normal» —dice
Mihura— la rechazaba todavía. En los la años siguientes fue representada con
frecuencia en teatros de cámara, por grupos universitarios, para los que la
obra «era como una bandera de juventud e inconformismo».
Por muchos aspectos se en
apartaba Tres sombreros de copa del
teatro cómico que accedía a los escenarios. En su contenido, se alían el humor
y la tristeza, e incluso el «patetismo» (como dice Mihura refiriéndose a la
escena final). Pero lo más sorprendente era el tratamiento formal, que debe
mucho, sin duda, al vanguardismo de la preguerra. Según ha dicho el autor, «lo
inverosímil, lo desorbitado, lo incongruente, lo absurdo, lo arbitrario, la
guerra al lugar común y al tópico, el inconformismo, estaban patentes en mi primera
obra...» Sin embargo, en tales aspectos del contenido y de su tratamiento, está
lo que ha hecho de Tres sombreros de copa
una obra perdurable, una de las cimas del teatro español contemporáneo.
LA ANÉCDOTA Y SU SENTIDO
Según un crítico (A. M. Pasquariello),
Tres sombreros de copa es «una farsa que nos pone tristes». En el fondo, bajo
el «disfraz burlesco», se esconde un tema trágico: la frustración absurda.
Mihura ha dicho que «es la comedia en que más tontamente se malogra, para toda
la vida, una estupenda felicidad».
• Dionisio, el protagonista, ha
vivido lo inmerso en un mundo convencional y gris, en el que va a instalarse
definitivamente mediante su matrimonio. Pero, de pronto, en una noche insólita,
surge lo imprevisto: de la mano de Paula, descubre otro mundo, otra vida. Es la
revelación de «una libertad paradisíaca».
Se enfrentan así, en la obra, dos
mundos y dos concepciones de la vida: una vida prosaica y ridícula, frente a
una vida poética y hermosa. De una parte, la vida burguesa, con sus «virtuosas
señoritas», con las normas de Don Sacramento, con la vulgaridad del Odioso
señor; un mundo bien reglamentado, serio, aburrido, cursi, puritano e
hipócrita. De otra parte, el mundo de Paula: la libertad, la alegría, la
imaginación, lo inesperado; un mundo en que conviven los juegos de la infancia
y un amor apasionado al margen de las convenciones.
• Tal es la alternativa sombreros
que plantea la obra. Ante el protagonista surgirá la posibilidad de cambiar de
vida, entregándose a la que acaba de descubrir. Querrá, en efecto, romper con
la vida que le estaba destinada. Pero un tema no acertará a hacerlo, tal vez
porque ya estaba marcado. Bastará la aplastante presencia del «sistema», encarnado
por Don Sacramento, y la «colaboración» lúcida y amarga de Paula, para que
Dionisio se deje arrastrar como un corderillo al matadero. «Pensé salir de aquí
—comentará— hacia el camino de la felicidad y voy a salir hacia el camino de la
ñoñería y de la hipercloridia.» La felicidad ha sido sólo un sueño, un
paréntesis imposible. Al final, pues, como señalan A. Amorós y M. Mayoral, «el
mecanismo social ha engullido a un individuo más, que sólo quería ser libre
para ser feliz».
• Esta temática —insistimos— bien
podría ser la de un drama o una tragedia. Y ante ella, nada más fácil que
adoptar un enfoque social. Nada de eso ha tentado a Mihura. Como apunta E. de
Miguel, no se ponen en tela de juicio «un estado de cosas y unas estructuras
sociales». Hay, eso sí, «un rechazo absoluto de cuantas convenciones e
hipocresías hacen del hombre una víctima del medio en que se desenvuelve, con
pérdida de sus valores fundamentales y de su personal capacidad de elegir
caminos y modos de conducta». Hay incluso una patente repulsa de los «papeles»
que la sociedad asigna a cada cual: Dionisio «tendrá que hacer feliz a una
virtuosa señorita», mientras que las muchachas como Paula «no deben enamorarse
de aquellos hombres que no regalan joyas» (son palabras de Don Rosario y de
Buby, respectivamente).
Pero, frente a todo ello, el arma
que esgrime Mihura es el ridículo. Ya veremos hasta qué punto quedan
ridiculizados los representantes de una mentalidad burguesa, pero también se
pone en ridículo a los pusilánimes, como Dionisio, que no saben romper sus
ataduras. En suma, y según la certera expresión de Torrente Ballester, lo que
hace Mihura es «llamar estúpidos a todos los que, pudiendo vivir, prefieren la
fría regularidad de la costumbre a la maravillosa espontaneidad de la vida». Y
así es como lo que pudo ser tragedia se queda en una inmensa farsa.
LOS PERSONAJES Y SU TRATAMIENTO
Cuanto acabamos de decir sobre la
farsa y su sentido se halla encarnado en unos personajes. Pasémosles revista.
• De Dionisio ya hemos dicho lo fundamental. Lo completaremos. Sus
rasgos iniciales serían la timidez, la cursilería. Conocemos el aburrimiento de
su trabajo en un pueblo y su noviazgo insulso. Su sometimiento a un mundo
convencional aparece, entre otras ocasiones, cuando justifica su boda diciendo
que «todos los señores se casan a los veintisiete años» (¡la misma edad que
tenía Mihura cuando escribe la comedia, después de romper su noviazgo con otra
«virtuosa señorita»!). Pero, por encima de todo, es un ser inmaduro, un
«muchacho sin voluntad», y el tratamiento que le da el autor consiste en
acentuar su infantilismo. Frente a Paula, confesará: «Yo no sabía nada de
nada.» Y su primera reacción, ante los nuevos horizontes que se le han abierto,
es de «miedo». Pero, a la vez, exclama: «¡Yo nunca he sido tan feliz!» «Unas
horas solamente —dice— todo me lo han cambiado.» Y, de repente, descubre a un
«bohemio» que llevaba dentro. Pero es una ilusión: como sabemos, Dionisio no
será consecuente con ese cambio interior. En suma, es un anti-héroe, un pobre
pelele digno de compasión por ser víctima de lo convencional.
• Frente a él, Paula. Es notable la importancia de las
protagonistas femeninas de Mihura. De Paula ha dicho el autor que «ella
únicamente se salva de todo lo ridículo, de todo lo imbécil que le rodea». Es la
alegría, la belleza, la imaginación, el rechazo de los convencionalismos. Y es
la antítesis de la «virtuosa señorita» (como se verá en un espléndido diálogo
del acto III). Sin embargo, también es una víctima en cierta medida: Buby, en
una escena del acto II, alude a la vida de que ha escapado, «con su miseria y
sus penas»; y nosotros sabemos en qué otras miserias ha caído (sus relaciones
con los «odiosos señores»). Tiene conciencia de estar marginada por la
sociedad: «Los caballeros —le recuerda también Buby— os quieren a vosotras,
pero se casan con las demás.» Y, sin embargo, conserva la ilusión y la
inocencia, vive unas ansias patéticas de vida plena, de escapar a las
servidumbres y las mezquindades. Pero tiene que aceptar lúcida y amargamente su
forzosa derrota. Paula es, en fin, un personaje entrañable, trazado con una
hondura que, por sí sola, abona la talla de dramaturgo de Miguel Mihura.
• Los demás personajes son los
muñecos, a menudo grotescos, que necesita la historia para tomar cuerpo
dramático de farsa. El autor los ha trazado corno figuras de guiñol o como
peleles esperpénticos, reducidos siempre a unos trazos bien característicos. A
ello responden muchos de sus nombres: el Odioso señor, el Cazador astuto, el
Anciano militar, el Alegre explorador, etc. Componen, como se dice en
la obra, “un coro absurdo y extraordinario”, pero sus funciones están claras.
Destaca el Odioso señor,
encarnación grotesca del poder del dinero y de la hipocresía de la moral
burguesa.
Esa moral, en cambio, es reducida
a un «código» absurdo en boca de Don Sacramento, caricatura genial de
las «personas decentes».
No menos ridículo resulta Don
Rosario, en quien se compendian las cursilerías del mismo mundo.
De ese mundo, un personaje logra,
sin embargo, escapar: el Anciano militar, que regalando
sus medallas y escapándose con Fanny, parece llevar a cabo lo que Dionisio no
se atreverá a hacer.
Por otra parte, nos encontramos
con las artistas del music-hall: Fany; la “frescales”; Madame
Olga, la divertida mujer barbuda; las demás chicas... Son el
contrapunto del mundo burgués, pero —a la vez— están a su servicio.
Puente entre un mundo y otro es Buby,
el negro, figura de cierta ambigüedad. No ha fallado quien tildara a Mihura de
racista por el tratamiento de este personaje. Ello es dudoso: más bien podría
verse en Buby un compendio intencionado de ciertos tópicos de negro de opereta,
de película antigua o de chiste abyecto; tópicos que quedan pulverizados como
tantos otros. En todo caso, es —significativamente— un personaje doblemente
marginal: un explotador odioso para las pobres muchachas de su compañía; un
esclavo despreciado para los orondos burgueses.
• En conclusión: un personaje
matizado (Paula), un personaje cordialmente ridiculizado (Dionisio) y otros
reducidos a marionetas bien tipificadas, pero en las que se descubre, a veces,
una chispita de humanidad. Mihura no se ensaña ni siquiera con los más
«antipáticos». Su mirada, más que cruel, está empañada por un escepticismo que
no es incompatible con la comprensión.
LA CONSTRUCCIÓN TEATRAL
• La estructura de Tres sombreros de copa responde, en
principio, a patrones clásicos (no es en su aspecto más externo en donde reside
su novedad). Se compone de tres actos que «corresponden, aproximadamente, al
tradicional esquema: planteamiento, nudo y desenlace» (Amorós y Mayoral). La
obra responde asimismo a las tres unidades clásicas: una sola acción, un mismo
escenario, una noche. Entre los dos primeros actos han transcurrido dos horas;
el II y el III se enlazan, en cambio, sin corte temporal (la caída del telón
responde a un efecto de «suspensión»).
• Tal es el marco en que van a
presentarse las más insólitas situaciones y los diálogos más descabellados.
Pero, por el momento, destaquemos la habilidad del desarrollo interno. Las
escenas de cada acto (no señaladas en el texto) se suceden y se enlazan de modo
magistral. Las escenas entre dos personajes alternan con otras en que
intervienen personajes múltiples, y la transición de unas a otras es perfecta.
No menos perfectas son las salidas y entradas de los personajes dentro incluso
de la mayor libertad constructiva: así, esas escenas en que e! diálogo entre
dos personas es cortado por la aparición y desaparición de otras que cruzan por
el escenario. Si hubiera que condensar con dos palabras la impresión que nos
produce el desarrollo de la acción, esas palabras serían movilidad y fluidez.
• Añádase a ello la superior
sabiduría con que está dosificado el ritmo de la acción; un principio demorado,
lento; progresiva animación de la peripecias de la juerga del acto II, y
especialmente admirable es la aceleración del ritmo al final de ese acto II,
con un movimiento frenético y una suspensión insuperables.
LA COMICIDAD. RECURSOS ESCÉNICOS
Mihura ha acudido a los tres tipos de
comicidad que suelen señalarse; comicidad de caracteres, de situaciones y de
lenguaje. A esta última habremos de dedicarle un epígrafe especial. Por otra
parte, no insistiremos en lo grotesco o lo insólito de los personajes:
únicamente cabría llamar la atención en los efectos cómicos que, en la
representación sobre todo, se derivarán de su indumentaria o de los objetos que
acompañan a algunos.
• Detengámonos ahora en la
comicidad de las situaciones y del movimiento escénico, aunque —por razones de
espacio— tendremos que limitarnos a poner algunos ejemplos. Piénsese en el
efecto que produce Dionisio en pijama y sombrero de copa; o, poco después,
acostado un la cama sin haberse quitado ese sombrero. Hilarante es la figura de
Don Rosario tocando el cornetín para que Dionisio se duerma, mientras entran y
salen de la habitación otros personajes. La comicidad puede estar motivada por
ciertos movimientos a que antes aludíamos: así, los personajes que cruzan por
la escena en momentos impensados. Añádanse esos personajes que salen de debajo
de la cama o de dentro de un armario, como en ciertas películas de cine mudo.
En ciertos juegos circenses, en cambio, nos hace pensar el Odioso señor, al ir
sacándose de los bolsillos los objetos más heterogéneos.
• Algunas situaciones son
especialmente memorables. Uno de los grandes momentos cómicos de la obra es,
sin duda, la conversación telefónica de Dionisio con su novia en el acto I,
mientras una pulga atormenta al enamorado hasta obligarle a pasar el auricular
a Don Rosario, que continúa la conversación (¿cómo no pensar en Charlot?).
Ya hemos aludido a la admirable
escena final del acto II. Paula ha caído al suelo, golpeada por Buby. Suena el
teléfono: es la novia. Llaman a la puerta: Dionisio, al separarse de la pared,
arranca el teléfono. Se inclina sobre Paula; la ausculta con el auricular, etc.
Ahora, es inevitable pensar en ciertas escenas de los hermanos Marx...
• En esa escena observamos un
tipo de recurso cómico basado en la utilización inadecuada de los objetos. El
mismo teléfono había sido antes motivo de carcajeantes efectos, como aquel en
que, para «ver» quién llama, Dionisio —que no quiere responder— «mira por el
auricular» y dice: “No se ve a nadie.” No menos divertidos son otros juegos a
propósito de la bota que lleva Dionisio en el bolsillo, de los conejos del
Cazador astuto, de la carraca del Odioso señor en manos de otros personajes, de
los tres sombreros de copa... Este saber sacar el máximo partido de los objetos
presentes en escena es una nueva prueba de la insuperable intuición teatral de
Miguel Mihura.
LA COMICIDAD VERBAL
Es esencial la parte que debe al
diálogo una comicidad que tan insólita resultó. Insólita, porque lleva la marca
del vanguardismo de preguerra con su tendencia a lo irracional. Estos rasgos,
que habían propiciado una nueva lengua poética, son también, para Mihura fuente
de un nuevo lenguaje cómico.
• En Tres sombreros de copa encontramos humor basado en la suspensión o
transgresión de lo establecido por la lógica o por la experiencia. Así el lenguaje
nos conducirá a lo imposible o a lo absurdo, pero un imposible o un absurdo que
provocan la risa. Otras veces se tratará de desviaciones con respecto a
comportamientos o reacciones normales y el efecto será grotesco. Basándonos en
lo que acabamos de enunciar, podríamos clasificar y explicar —si no todos—
buena parte de los efectos cómicos del diálogo. Pondremos algunos ejemplos,
como orientación para más amplio estudio.
• Hablando de las mejoras que Don
Rosario ha introducido en su hotel, dice Dionisio: «Primero quitó usted las
moscas de la cocina y se las llevó al comedor. Después las quitó usted del
comedor y se las llevó a la sala. Y otro día...», etc. He aquí una ruptura con
lo que establece la experiencia. Lo mismo puede verse en aquella frase de Don
Sacramento: «¡Los centenarios no se mueren nunca! Entonces no tendrían ningún
mérito, caballero!»
Las rupturas con la lógica son
abundantes. En varias ocasiones se hacen restricciones respecto a conceptos que
no las admiten. Así Dionisio dice que su padre era “militar, pero poco”. Cuando
Paula le pregunta si piensa casarse alguna vez, contesta.: "Regular.” Y en
otro momento, reconoce; "Sí, me caso, pero poco...» En otras ocasiones,
cabría hablar de una aplicación deforme del sentido común". Es evidente
que de día se ven más cosas que de noche, pero Dionisio, hablando de las tres
lucecitas del puerto que se divisan desde la ventana de la pensión, supone que
"de día se verán más lúcidas»... En el tercer acto, cuando Dionisio piensa
huir con Paula, dice: «Nos iremos a Londres.» Ella objeta: "Tú sabes
hablar inglés?» Y él replica: "No. Pero nos iremos a un pueblo de
Londres.»
Se desemboca, en fin, en la pura
incongruencia. Al preguntarle Paula si «sus padres eran también artistas».
Dionisio contesta azorado: ..Sí. Claro. Mi padre era comandante de infantería.
Digo no... Como nos indican estas dos últimas palabras, se trata de un
“despiste”. La incongruencia por despiste puede producir una suspensión de la
evidencia. Así cuando al decirle Fanny que él tiene «unos ojos muy bonitos»,
pregunta Dionisio; «¿En dónde'?»
• Casi todos los ejemplos
aducidos conciernen al personaje de Dionisio y nos producen, sin duda, una
sensación de infantilismo (revelador, por lo demás, de la inmadurez del
protagonista). Pero esa sensación es producida también por otros personajes. A.
Amorós y M. Mayoral han subrayado certeramente el componente infantil o ingenuo
(naif) del humor de Mihura en esta obra. Los personajes parecen responder a una
mentalidad “pre-lógica”, como la de los niños, de ahí lo descabellado o absurdo
de tantas réplicas. Por otra parte, el contraste entre su condición de
“personas mayores” y su expresión infantil es fuente segura de comicidad. Y
además, todo ello se pone al Servicio de la irrisión del mundo convencional y “serio”
de los «adultos».
• Otros efectos —decíamos— se
basan en una desviación con respecto a los comportamientos normales. Es normal,
por ejemplo, que se lance confetti sobre el novio al salir de su casa. Y eso ha
dispuesto Don Rosario que hagan las criadas de la pensión. Pero añade: «¡Los
camareros tirarán migas de pan! ¡Y el cocinero tirará en su honor gallinas
enteras por el aire!» Poco después, Don Rosario anuncia que todo el barrio va a
despedir a Dionisio «¡Las mujeres y los niños! ¡Los jóvenes y los viejos! ¡Los
policías y los ladrones!» El último miembro de la serie introduce, en la
costumbre, el absurdo.
• Señalemos, en fin, los valores
caricaturescos y satíricos del humor de Mihura. Acabamos de hablar de la
irrisión de lo convencional. En muchos casos, nos hallamos ante la destrucción
paródica de un lenguaje ridículo o cursi. Refiriéndose a su novia. Dionisio
dice: “la adoro”, o “es un ángel”... Y hablando con ella por teléfono, aparte
de llamarla «caperucita encarnada», repite insistentemente “amor mío”, para
pasar a «bichito mío», expresión grotesca que destroza toda la cursilería
anterior. Muy curiosas son ciertas expresiones con que Don Rosario se dirige al
protagonista: "rosa de pitiminí”, “carita de madreselva”, “capullito de
alhelí”... (y que proceden de canciones de la época). Aparte de que resultan
especialmente grotescas dichas por un hombre a otro hombre, responden a un
mismo deseo de destruir tópicos y ridiculeces.
En esta línea de abierta sátira
destaca evidentemente el diálogo entre Dionisio y Don Sacramento al principio
del acto III. Hay en él una caricatura de lo cursi: «La niña se desmayó en el
sofá malva de la sala rosa” (se notará, de pasada, la parodia de Rubén Darío: “¡Mi
niña está triste!... La niña está pálida»). Pero, sobre todo, en las palabras
del futuro suegro, se hace una caricatura hilarante y absurda de los
convencionalismos burgueses, del código de «las personas honorables». No hará
falta dar detalles: el diálogo no tiene desperdicio en ese sentido.
PATETISMO, POESÍA Y HUMOR
Comenzamos hablando del fondo
trágico de la obra, de sus ingredientes patéticos. Y hemos visto algunos
aspectos de su tratamiento cómico. Pero junto al patetismo y la comicidad,
habría que hablar de la poesía. Son tres elementos que conviven y se fecundan
mutuamente. Pero, en definitiva, estamos ante una farsa, y la comicidad tendrá
como función el refrenar lo patético y lo lírico, cuando éstos aparecen, aunque
sin anularlos.
• En algunos diálogos—sobre todo,
entre Paula y Dionisio— lo poético y lo cómico se equilibran en un calculado
contrapunto. Buen ejemplo de ello sería aquel momento en que Paula despliega
sus sueños: ir juntos a la playa, jugar con la arena, etc. El lirismo de sus
palabras es evidente. Pero, a la vez, Dionisio está haciendo sonar la carraca
que había traído otro personaje. Así se refrena la elevación poética y
sentimental del tono.
La misma función de freno la
ejerce la comicidad en momentos que podrían resultar patéticos. Así, por
ejemplo, a principios del acto II, cuando Dionisio toma conciencia de que
quiere a Paula y de que su boda no tiene sentido. Su desamparo sería, en
efecto, patético si no fuera por algunas de sus expresiones, y por la situación
que le rodea (esos personajes que surgen de debajo de la cama o del
armario...). Pero este equilibrio entre lo patético y lo cómico alcanza, sin
duda, su manifestación más eminente en el final de la obra. Fijémonos en unas
replicas reveladoras, cuando Paula ayuda a Dionisio a vestirse para la boda: DIONISIO.—¡Paula! ¡Yo no me quiero casar!
[...] ¡Yo te quiero con locura! PAULA.—(Poniéndole el pasador del cuello.) Pero
¿estás llorando ahora...? DIONISIO.—Es que me estás cogiendo un pellizco...
Es genial ese quiebro cómico para aliviar la tensión sentimental del momento. Y
con un quiebro semejante termina la obra. Paula ha quedado sola, «ve los tres
sombreros de copa y los coge... Y de pronto, cuando parece que va a ponerse
sentimental, tira los sombreros al aire y lanza el alegre grito de la pista:
¡Hoop!» Aquí está la clave más honda del humor de Mihura.
• Se suele distinguir entre
comicidad y humor. La comicidad despierta la risa; en el humor, como decía
Fernández Flórez, «se hermanan lo alegre con lo triste». Si esto es así, Tres
sombreros de copa, por encima de sus abundantes efectos cómicos, es una obra
maestra del humor, de un humor poético; tras la risa o la sonrisa, apunta una
lágrima.
SIGNIFICACIÓN DE TRES SOMBREROS DE COPA
La primera obra de Mihura es,
desde luego, un hito en la historia del teatro español contemporáneo. La
crítica es unánime en afirmarlo así, y en señalar su condición precursora.
• Entre otras cosas, y como ya
apuntamos, no han faltado autores que consideren a Mihura, por esta comedia
sobre todo, un precursor del teatro del absurdo (recordemos que el crítico
francés J.-J. Gautier le llamaba «el Ionesco español»). Para E. de Miguel, ello
es exagerado: aun reconociendo las abundantes «transgresiones al sistema
lógico» que la obra presenta, piensa que se trata de «audacias dispersas», y
que no se fundamentan en una «ideología existencial», como Ionesco o Beckett.
Sin embargo, el mismo Ionesco manifestó su admiración por la obra de Mihura,
con términos que denotan una afinidad patente. Véanse estas palabras suyas:
«Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura, tiene el mérito de combinar el humor
trágico, la verdad profunda, con lo ridículo, que, como principio
caricaturesco, sublima y pone de relieve la verdad de las cosas, ampliándola.
El estilo "irracional" de obras como ésta puede poner al descubierto,
mejor que la formalidad racionalista o la dialéctica automática, las
contradicciones humanas, la estupidez, el absurdo.» Es cierto que no hay en
Mihura una filosofía existencial, pero sí —como él mismo decía— una concepción
de la vida pesimista, desencantada, revestida con «un disfraz burlesco». Por
otra parte, su lenguaje cómico viene —según hemos dicho— del vanguardismo, y
esto mismo sucede con el humorismo absurdo de un Ionesco. Bastan estos puntos
para justificar las afinidades, sin exagerarlas. Algo, pues, tiene Mihura de
precursor.
• Respecto al teatro español, Tres sombreros de copa puede
considerarse antecedente de ciertas formas muy actuales de la farsa, si
pensamos en sus elementos de music-hall o de circo, luego tan gustados, o en la
caricatura del mundo burgués, etcétera. Por otra parte, el humor de Mihura, a
través de la revista de humor La Codorniz, ejercería una notable influencia en
otros campos. Un ejemplo: un dibujante de aquella revista, Azcona, ha sido
guionista de películas de Berlanga. Piénsese, en fin, en el humor absurdo de los
cómicos Tip y Coll.
• El humor de Tres sombreros de copa, evidentemente,
se adelantó a su tiempo. Si en los años: 40 y 50 resultaba extraño, no sucede
hoy lo mismo. Los ejemplos que acabamos de citar, y otros muchos, nos permiten,
por fin, gozar plenamente, de la obra de Mihura. ¿Cómo podía ser de otra
manera, si pensamos en el fervor que hoy suscitan las películas de los hermanos
Marx, de Jerry Lewis o de Woody Allen?
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